31 octubre 2005

Jalogüin


Hoy es uno de esos días que invita a hablar de temas tan gastados como la globalización, el auge de las costumbres importadas, la comida basura, y, en general, la crítica a todo lo que huele a anglosajón, o a estadounidense.

Yo tampoco estoy, en estos momentos, ansioso por vestirme de bruja, vaciar una calabaza, llenarla con velas, y pasear disfrazado por la ciudad, algo que me encanta hacer, por cierto.


No soy detractor de las costumbres importadas, y me importa poco de donde vengan, siempre que no reemplacen a las nuestras. El problema es que eso es precisamente lo que ocurre. La única costumbre que no nos apetece cambiar es la de sustituir lo viejo por lo nuevo sin preguntarnos si valía lo anterior.

Mañana es el día de Todos los Santos. Los cementerios se llenarán de gente, que acudirá a recordar a los familiares que les faltan. Es nuestra costumbre. Una costumbre que mañana tampoco seguiré.

Os preguntaréis por qué. ¿Es una tradición absurda?. Yo creo que no, pero no dejo de preguntarme las razones de la gente para seguirla.

Imagino que algunos irán para sentirse mejor, para acallar su conciencia, que les grita ese día que se han olvidado de todos los que tanto hicieron por ellos.

Otros acudirán a la hora principal, con un gran ramo, para que les vea todo el mundo. Por dentro sabrán si sienten la pena que demuestran hacia afuera. No dudo de que muchos lo hacen, pero se han acostumbrado a actuar, y exageran lo que tal vez sea un sentimiento sincero, pero más sereno.

También irá mucha gente, que añora a los suyos el resto del año, y va ese día a cumplir con la tradición.

No creo que yo sea un caso aislado. Conozco a mucha gente que no irá mañana al cementer¡o, pero no deja de recordar a sus seres queridos durante todo el año, y lo que es peor, les echa mucho de menos.

Podría ir, es cierto. No costaría demasiado sacrificio. Pero, ¿para qué?. Los que ya no están no me lo van a agradecer, y los que están no me van a decir lo que yo debería sentir. Eso ya lo se yo. No me apetece demostrarlo. Nunca me ha gustado exteriorizar mis sentimientos.

Así pues, mañana no seguiré esta tradición tan rancia, pero acabo de importar otra y me siento más rico.

Hace un par de horas, terminé de leer "El monte de las ánimas", una leyenda de Becquer. Estupenda lectura para esta noche.

25 octubre 2005

Los entendidos

He leído recientemente dos entradas magníficas relacionadas con comportamientos sociales, que me han hecho reflexionar.

Una de ellas habla, resumiendo mucho, sobre la ausencia de valores de buena parte de la sociedad, el culto a ídolos de barro, la falta de formación y de cultura.

La segunda se centra más en determinados comportamientos, de personas que, aunque íntimamente gustan de la mayoría de modas que aparecen, lo niegan hasta la saciedad, y hasta las condenan por parecer más sabios.

Los dos tienen razón. Es cierto que existe una parte importante de la sociedad que no tiene ninguna inquietud por la cultura. Nunca han leído un libro, si ojean un periódico distinto del Marca es para ver la sección de anuncios, pero se han aprendido hasta la letra pequeña de las revistas del corazón. Suelen juzgar y valorar a las personas por las veces que han salido en la televisión, por la fama, o por su cuenta corriente. Su lema de la vida es "Tanto tienes, tanto vales".

Pero también abundan los que, teniendo un nivel cultural similar al de los primeros, reniegan de su condición. Pretenden dar a los demás lecciones sobre temas que no dominan, empleando siempre frases descalificantes y demoledoras para tapar su ausencia total de criterio, pues su opinión se funda generalmente en la lectura entre líneas de algún artículo de El País del domingo.
Son los entendidos. Existen muchas categorías de ellos. Los entendidos en cine son, quizá, los más añejos. Han estado ahí toda la vida. Ante una película, que por supuesto no han visto, recopilan las opiniones de todos los críticos de cine de periódicos y revistas, y suelen descalificar siempre las que tienen éxito en las taquillas y entronizar las películas coñazo de escasa tirada, pero con el cartelito de arte y ensayo.

Otros entendidos típicos son los expertos en vinos. Conocen todos los tipos de uvas, cómo se mezclan, las mejores cosechas de los últimos 50 años de cada denominación de origen, la temperatura a que debe servirse cada tipo de vino, la última clasificación de los caldos más prestigiosos realizada por alguna revista especilizada. Te miran por encima del hombro y te increpan si sugieres mezclar el vino peleón que tienes encima de la mesa con algo de gaseosa. En cambio, no dejarán de alabar la inmejorable calidad de un Don Simón caducado, si previamente has tenido la precaución de meterlo dentro de una botella de Viña Albina Gran Reserva 1.982.

Existen más tipos, hay enterados de casi todo lo que te puedas imaginar: política, música, literatura, deportes de riesgo.

Pienso en toda esta gente que en el fondo desea reirse con Torrente III, pero que prefiere ver algún tostón políticamente correcto sobre el racismo, dirigido por algún cineasta iraní refugiado en Corea del Norte, para sentirse más importante, más comprometido, superior al resto. ¿Vale la pena sacrificar esos momentos divertidos por dosis de vanidad o de autoestima?

Tengo una amiga que, en su propia boda, se enfadó con la orquesta porque osó tocar un pasodoble, y ella "odia la pachanga". Nos cortó el rollo a todos los que estábamos allí, y encima se fue a casa enfadada. ¿Ganó algo con eso?.Pues se perdió disfrutar el resto de la noche, de una de las más importantes de su vida, por una gilipollez.

Al cabo del tiempo, a todos los entendidos se les ve el plumero. Pierden todo su supuesto prestigio, y además no disfrutan de la vida.

Admiro a los sabios, a los que de verdad tienen conocimientos amplios y profundos sobre unos pocos temas, tanto si se molestan en compartirlos con los demás como si no.

Y también existe gente que aborrece sinceramente muchas de esas modas. Me parece muy bien que existan personas con criterio propio, capaces de decidir lo que les gusta o no, sin dejarse arrastrar por la corriente.

Lo que me parece estúpido es ir contra corriente porque si. Creo que es saludable comer hamburguesas de vez en cuando, beber sangría, leer novelas de Corín Tellado, o el Marca, ver películas de Paco Martínez Soria con alguien a tu lado que se ría a carcajadas, bailar la canción del verano... De vez en cuando, no siempre, pero solamente si disfrutas haciéndolo.

La vida ya es bastante desagradable a veces como para tragar sapos por deporte, ¿no?




11 octubre 2005

La mirada del Diablo


El Diablo la miró desde su altivez, pero ella, en lugar de arrugarse, sostuvo su mirada durante unos segundos, encontrando un atisbo de ternura en el interior de sus ojos azules, que no esperaba.
Ella se dio cuenta de que acaba de descubrir en él un recuerdo del ángel que un día fue, o que quizá todavía deseaba ser.
Y no pudo evitar que un estremecimiento le recorriera de la cabeza a los pies.

09 octubre 2005

Ostracismo

El buscador de perlas era muy joven, tan sólo un niño. Necesitaba ese trabajo para vivir porque la mayoría de días no tenía ni un poco de pan que llevarse a la boca. Si tenía suerte y conseguía una perla tendría solucionado el problema de comer hoy.
Sin embargo no dejaba de ser un niño, más pendiente de jugar que de obtener mucho rendimiento de su trabajo. Hoy había sido un buen día. En su pequeña bolsa descansaban dos perlas. Se sentía contento, y aunque seguía buceando , ya sólo lo hacía por placer.
Por el placer de ver la luz del sol atravesar las aguas de color turquesa, vistiendo de colores muy vivos todo el arrecife de coral.
Se detenía a contemplar los rizos verdes de las algas cayendo sobre las complejas estructuras de color rojizo, agitándose con la corriente y el oleaje, como la larga melena de una muchacha frente a la brisa del mar. Le gustaba hacer estas extrañas comparaciones porque jugaba a convertir en personajes reales los animales y las cosas que veía.
Sería por deformación profesional, supongo, que vio una ostra enorme, solitaria, medio oculta en un rincón. Pero en vez de buscar una nueva perla con la que rematar el día, quiso hablar con ella.
- ¿Cómo estás?, le preguntó. Ya se que es un tópico, pero, ¿te aburres?.
- ¿Qué es aburrirse?, contestó la ostra.
- Pues lo contrario a divertirse, dijo el niño, aún a sabiendas de que no era totalmente cierto.
- Mal puede aburrirse entonces quien no se ha divertido nunca, replicó la ostra.
- Te lo preguntaré de otra forma. ¿No te cansas de hacer siempre lo mismo?.
- Tal vez me cansaría si hiciera todos los días lo mismo, pero no es así, afirmó la ostra. Estoy constantemente haciendo cosas. Me llega agua desde muchos sitios, de muy diferentes lugares, que me atraviesa todo el cuerpo, y luego devuelvo al mar.
- Pero eso ¿no es hacer siempre lo mismo?, preguntó el niño.
- No, ni mucho menos. El agua que me llega es diferente siempre a la anterior. Sabe y huele de distinto modo en cada instante. Sus nutientes son muy ricos y variados, y lo mejor de todo, es un excelente vehículo de información.
El mar me cuenta grandes historias de naufragios, de grandes batallas, de huracanes, y maremotos; otras pequeñas de felicidad cotidiana, de desamores, odios, desdicha... Y yo no entiendo nada, porque no tengo sentimientos. Si los tuviera tal vez experimentaría lo que es el amor, el odio, la diversión o el aburrimiento.

Muchos años después el niño se convirtió en un adulto, alcanzó una pequeña fortuna con el taller de joyas que creó para sacar mejor provecho de sus perlas. Viajó por muchos paises, y un día se encontraba en el desierto con un tuareg.
- ¿Te aburres?.
- No, el desierto está cambiando siempre, las piedras, la arena, todo cambia. El viento que azota mi cara también me proporciona mucha información valiosa. Me cuenta historias de batallas, de guerras, de felicidad, de amor, de odio ...

El hombre acarició una perla que siempre llevaba en su bolsillo derecho, la sujetó con sus dedos, la sacó y la situó frente al sol primero, y después al trasluz. A pesar de que la consideraba perfecta, pudo comprobar una gran cantidad de detalles que le habían pasado desapercibidos hasta la fecha, y comprendió que también la perla le podía proporcionar mucha información. La ostra y el tuareg tenían razón.

Hasta un cielo negro, sin estrellas y sin luna tiene gran cantidad de matices, si sabes apreciarlos.

04 octubre 2005

La leyenda de la chica del Ragudo

"La chica del Ragudo estaba muchas veces allí, de pie haciendo dedo en una de las escasas rectas que tenía ese famoso puerto de montaña que comunica las tierras altas de Aragón con las suaves colinas del Alto Palancia.

Tenía un perfil inconfundible, la silueta delgada y alargada, como una sombra más de una noche de luna llena. Vestía de forma sencilla, pero atractiva. O quizá era su personalidad lo que convertía en atractivo todo lo que estaba a su alrededor. Llevaba siempre, fuera verano o invierno, un vestido largo hasta los tobillos que resaltaba su esbelta figura, acompañado de una chaquetilla o un abrigo, según la temporada.

Su pelo, muy largo y negro le caía sobre la espalda ordenadamente a pesar de que no lo recogía con nada. Por delante se pegaba a sus mejillas, apenas tapándole las orejas, algo grandes, lo que contribuía a alargar un tanto su cara ovalada.

Tenía los ojos negros, enmarcados en la fina y alargada curva de sus cejas, algo hundidos en sus cuencos. Los que la vieron, me contaron que su mirada era triste y profunda, como la que tiene un desterrado que ve partir los barcos hacia su país de origen.

Del cutis blanquecino, pálido, de apariencia frágil, apenas sobresalían de su cara unos labios finos y alargados, tiernos, que escondían más que prometían los besos que ya había dado.

Se situaba al final de la recta, y la luna arrancaba destellos plateados de su negra cabellera, observables desde lejos. Su visión era impactante para todo conductor, pero siempre paraban los mismos. Gentes impacientes, con prisa en terminar el pesado trayecto entre Barracas y Viver, hipnotizados al ver la impresionante silueta de la mujer, inmóvil en el arcén de la carretera.

Le abrían la puerta, balbuceando unas tímidas palabras de presentación. Ella entraba en silencio, se ataba el cinturón de seguridad, y se quedaba muy seria. El conductor, repuesto de la primera impresión, empezaba una conversación normal e iba cogiendo confianza en el manejo del volante, aumentando poco a poco la velocidad, pues el trayecto en bajada se prestaba a ello.

Llegando al tramo final de la carretera existía una curva pronunciada a la izquierda, muy peligrosa. Poco antes de llegar, ella abandonaba su postura estática, apretaba fuertemente el pequeño bolso que llevaba contra su seno y gritaba: ¡Cuidado, no corras!. En esa curva perdí la vida yo.

El conductor, concentrado como estaba en no salirse de la carretera, tardaba un poco en asimilar la frase. Cuando se giraba a pedir que se la repitiera, comprobaba que ya no había nadie en el asiento de al lado."

Así me contaron la leyenda de la chica del Ragudo, hace muchos años, y siguió viva hasta que un nuevo trazado de la carretera general eliminó el paso por las Masías del Ragudo, que daban nombre al puerto.

Recientemente, los trabajos de voladura que se están realizando en la carretera para convertirla en autovía, han obligado a reabrir el viejo puerto durante algunos días.

¿Estará todavía allí la chica del Ragudo dispuesta a salvar la vida de temerarios conductores?.

¿Era eso lo que hacía?.

A veces pienso que todavía está allí, esperando, pero no a un loco del volante, no.

Espera encontrar a alguien que se detenga con ella antes de la curva, que bese sus tiernos labios sin prisa, que le ame con pasión, pero con calma, deteniendo el reloj hasta que los dos, exhaustos y felices, decidan bajar lentamente a Valencia.

Quiere recuperar lo que perdió, el amor de su vida, por culpa de la espiral de velocidad e impaciencia que llenó su existencia. La maldición de los tiempos modernos.

Mujer, creo que sin conocerte te amo. Lloro tu tragedia como si fuera la mía, porque es la de muchos como nosotros, que vivimos deprisa, sin vivir.

Quisiera conocerte y que me enseñaras a amar sin horarios, sin tiempo, sin condiciones. Engancharme a tu mirada y no ver el frío de la muerte, sino el brillo de la pasión. Sentir la caricia de tu ternura, el calor de tus manos, la suavidad de tu piel, el roce de tu cabello..

Saldría a buscarte, pero no, es mejor que no.

¡Ojalá ya no estés en esa recta!