25 abril 2006

Preguntas


Tenía razón Gloria. Ramón no podía hablar y casi no se tenía en pie; ya no sabía muy bien si era por el alcohol, el cansancio, o las ganas de evadirse de todo. En ese momento hubiera matado por una cama, pero el tono de la mujer no daba lugar a réplicas, así que se quedó en recepción mientras Sofía, algo más entera, subía las escaleras y entraba en la habitación con la impaciencia de la intriga concentrada en sus uñas.
La propietaria del hostal no perdió el tiempo en largas exposiciones; le soltó la pregunta a bocajarro, para observar con cuidado su respuesta en cada uno de los detalles de su expresión: la mirada firme o huidiza; las manos moviéndose, apoyando la expresión oral, o muertas en los costados; el arqueo de las cejas, las arrugas de la frente...

- ¿En que lío te has metido, Ramón?

El rostro del hombre se nubló de repente, desapareció la aureola risueña con la que había entrado al local; durante unos segundos se quedó absorto, mirando sin mirar a Gloria, pensando qué decir, pero todavía conservaba las tablas suficientes para detener el acoso inmediato, buscando algo de tiempo con otra pregunta, eso sí, procurando no parecer excesivamente preocupado.

- Siempre estoy metido en alguno. ¿Por qué lo preguntas? ¿Ha pasado algo?
- Bueno, han venido un par de tipos haciendo preguntas sobre ti y tu chica.
- ¿Qué tipo de preguntas?
- Pues las normales. Si os había visto, si os hospedabais aquí ...
- ¿Y les has dicho algo?
- No, claro. Al principio parecían policías, así que les he sugerido que si lo eran me enseñaran una orden judicial. Me han asegurado que no, y entonces les he explicado que los datos de mis clientes son confidenciales. Después me han ofrecido pasta, bastante más de lo que cuesta tu habitación durante un mes, por cierto, y les he dicho que no de muy malos modos. Se han ido, cuando ya cogía el teléfono, pero te aseguro de que no se han quedado nada convencidos.
- Eres un cielo, Gloria ...
- Espera, espera, no te vayas tan rápido. ¿Qué coño pasa? ¿No estarás metido en algún rollo ilegal? Ya sabes que no me hacen ni puta gracia estas visitas. Este hostal son mis garbanzos, y con eso no se juega.
- No, tranquila, no te preocupes ... Seguramente es por Sofía, ya sabes, es inmigrante..., los papeles y todo eso, no los tiene del todo arreglados.
- Vamos, Ramón, no me jodas. Nadie ofrece tanta pasta por unos putos papeles.
- Pues que quieres que te diga, a mi no se me ocurre otra cosa, mintió Ramón.
- Tú siempre tan reservado, cabrón. Espero que todo esto no me traiga problemas. Va nuestra amistad en ello. Ya sabes que este hostal ...
- Sí, son tus garbanzos, ya lo sé, replicó fastidiado. Anda, déjame un día más, y me iré. Me perderás de vista por una temporada, dijo en tono lastimero, haciéndose el mártir, para ablandar el corazón de la mujer.
- Ale, vete a dormir, que te hace falta. Mañana hablaremos.
- Hasta luego.

11 abril 2006

Noche de fiesta


El descanso había sido reponedor, pero llevaban muchas horas acostados y Ramón empezaba a cansarse de dar vueltas en la cama. Por un lado quería dormir un poco más, tenía una invencible pereza por enfrentarse de nuevo al mundo; pero por otro le dolían ya todos los huesos de estar en postura horizontal. Necesitaba movimiento.
Por las rendijas de las persianas apenas entraba luz, y la que conseguía introducirse se notaba artificial. Era de noche, imposible deducir la hora exacta. Así que se incorporó y consultó el reloj. Las diez. Sofía dormía plácidamente , pero el movimiento del hombre le hizo reaccionar, girándose hacia el otro lado mientras murmuraba algo bajito en un idioma ininteligible.
Ramón se levantó con cuidado, pues quería dejarla dormir algo más. Se acercó a la ventana para observar a la gente que pasaba por la calle. Siempre disfrutaba viendo el comportamiento de las personas en diferentes situaciones, y el ambiente festivo proporcionaba siempre escenas más ricas y variadas de las habituales.
Las calles no estaban atiborradas a esas horas; entre que el barrio no era demasiado céntrico, y que la mayoría de la gente estaba cenando, apenas se veían un par de grupos de adolescentes buscando bar con pasos titubeantes y tonos de voz más altos de lo normal, algunos niños con sus padres tirando petardos, y una pareja reciente de enamorados, caminando entrelazados, tropezando con sus propios pasos.
De repente el ruido de una traca le sobresaltó. Se había acostumbrado al ruido individual de los diferentes tipos de artefactos pirotécnicos, pero la rápida secuencia de explosiones le pilló de sorpresa, dándole un acelerón súbito a su corazón, poco repuesto todavía de la tensión de los días anteriores. Sofía también despertó de golpe, asustada; se quedó unos segundos mirando a Ramón con la respiración contenida, preguntándose qué pasaba, hasta que comprendió el verdadero motivo y soltó todo el aire que tenía en los pulmones en una sonora carcajada, que terminó por contagiar a su pareja.
Se vistieron rápido y se dispusieron a salir. Tenían que darse prisa o no encontrarían sitio para cenar, aunque la verdad es que no sabían muy bien donde ir ni que hacer después.
Gloria les solucionó las dos papeletas. Conocía el barrio como la palma de su mano, y les indicó un bar donde les harían hueco si decían que iban de su parte. En cuanto a lo que podían hacer, les advirtió que era día de ofrenda, y hasta que terminara el largo desfile de falleros y falleras ante el manto de la virgen no podían esperar gran animación, pero sí muchas calles cortadas. Les aconsejó hacer tiempo hasta la hora del castillo de fuegos, y después visitar alguna verbena del centro.
La cena no estuvo mal. Estaban hambrientos, pero pudieron sentarse y comer algo caliente y en plato, acompañado de una botella de buen vino al que no le perdonaron ni la última gota.
Con los ánimos exaltados salieron del bar dispuestos a conquistar Valencia en dos zancadas, pero al cabo de un tiempo se percataron de que las distancias eran más largas de lo que habían calculado.
Al cruzar el río, se empezaba a notar el cansancio; Ramón se percató de que no se encontraban muy lejos de la falla de una amiga suya, a la que conoció hacía ya tiempo en una de sus temporadas de trabajo en la ciudad.
La falla de la plaza de Sant Bult vive medio escondida entre calles estrechas y tenebrosas, encajonada entre los oscuros edificios que delimitan su recinto, donde la luz parece no atreverse a entrar con todo su esplendor. Todo ello proporciona a su monumento un aire unas veces misterioso, otras melancólico, y algunas hasta terrorífico, dependiendo del tema escogido por el artista fallero. Es bastante céntrica y no está demasiado alejada de las grandes vías de comunicación, pero su particular situación y las especiales características del barrio y sus gentes han conseguido que conserve intacta la esencia de las fiestas, transmitida de generación en generación durante sus más de 130 años de existencia.
Al entrar por la puerta del "casal" les sorprendió una concurrencia tan variada. Gentes de muy diferentes edades y vestimentas se distribuían de forma desordenada por todo el local, desde niños de teta hasta jubilados, algunos ataviados con los trajes típicos, otros embutidos en la también clásica blusa negra, y los más con vestimentas normales. Algunos mozos recogían los tableros recién empleados en la cena, otros atendían a las visitas próximos a la barra.
Allí mismo, con dos cervezas en la mano, Ramón reconoció a una cara amiga.
- ¡Hombre, Felipe!
- Joder, Ramón, ¡cuánto tiempo!, dijo el hombre, mientras dirigía una indisimulada mirada a Sofía, ¿qué haces por aquí?
- Pues mira, tenía un par de días libres, y decidimos venirnos por aquí. Sofía no conoce Valencia, y qué mejor que venir en Fallas. Hemos cenado cerca del hostal de siempre; ahora íbamos hacia el castillo, y he recordado que la falla de Cristina quedaba por aquí, así que ...
- Mira, por ahí viene.
Cristina también se alegró mucho de ver a Ramón. Hacía mucho que no se veían, y estuvieron un buen rato charlando los tres, contándose todos los cotilleos acontecidos desde su último encuentro. Tanto ella como Felipe iban con sus respectivos cónyuges, así que tras un par de cervezas consumidas en el local, decidieron improvisar una salida nocturna las tres parejas.
De camino hacia el castillo, les sorprendieron los primeros cohetes, por lo que tuvieron que verlo desde la lejanía, aunque no por ello dejó de ser un bello espectáculo, que dejó a Sofía totalmente maravillada.
Después, callejearon por el barrio del Carmen, al ritmo de la música que encontraban en cada rincón, bebieron, rieron, charlaron, bailaron hasta casi desfallecer, y cuando el sentido del equilibrio les empezaba a fallar, y la humedad del final de la noche empezaba a meterse hasta los huesos, buscaron refugio en un puesto ambulante de chocolate y buñuelos.
Llegó la hora de la despedida, que fue larga, porque faltaban las ganas y no acudían los taxis, pero al final llegó. Y no faltaron las promesas de otras citas, de otros encuentros, de llamadas telefónicas, que después, pasada la resaca, siempre serían menos de las esperadas.
Al llegar al hostal, Gloria ya estaba despierta y ponía cara de muy pocos amigos. Sin dejarle siquiera recoger la llave de la habitación a Ramón le dijo:
- Necesito hablar contigo a solas, Ramón. Si es que puedes pronunciar alguna palabra a estas horas.

02 abril 2006

Cambio de escenario


El coche del relevo se detuvo junto al hueco que había dejado libre su compañero, y comenzó la maniobra de aparcamiento. Sofía continuó inquieta mirando por la luna trasera hasta convencerse de la ausencia de perseguidores. Entonces se dejó caer contra el respaldo del asiento aliviada.
Demasiado pronto había bajado la guardia, porque otro coche aguardaba en la esquina siguiente con las luces apagadas. Se puso en marcha lentamente hasta que el vehículo que perseguía volvió a girar, encendiendo las luces y avivando la marcha a continuación.
Ramón hubiera preferido un transporte público para escapar de Madrid, pero a esas horas no había demasiadas alternativas. Así que optó por continuar el trayecto en coche. Cruzaron el Manzanares, se incorporaron a la M-30, continuando hasta alcanzar el desvío hacia la A-3, dirección Valencia. No había excesivo tráfico, pero sí el suficiente para que no se percataran de que los seguían.
La ciudad del Turia era el destino preferido de Ramón desde el primer momento en que empezó a planificar la huida. Conocía bien la ciudad , la visitaba frecuentemente por motivos de trabajo, y tenía amigos allí. Además la ciudad estaba en fiestas, atiborrada de gente por todas partes, por lo que resultaba más sencillo esconderse. Es más fácil pasar desapercibido en una multitud que en un lugar solitario.

Mientras tanto, el vigilante de la casa permanecía observando con desgana las ventanas del edificio, esperando algún movimiento. Empezó a inquietarse cuando los primeros rayos de sol impactaron en su cara y se percató que no había señales de vida en la casa. Se puso en contacto con su enlace, y un compañero se acercó al lugar. Con sigilo, vencieron la primera puerta sin forzar la cerradura, subieron despacio las escaleras hasta alcanzar la puerta de la vivienda. Allí, mientras uno cubría con su arma, el otro, empleando el mismo sistema anterior vencía la puerta. Para entonces, sus burladores se acercaban al embalse de Contreras, en el límite de la provincia de Cuenca, lindando ya con la de Valencia, a poco más de una hora de camino.

El primer problema que sabía se iba a encontrar Ramón al llegar a la ciudad era el alojamiento. Valencia, en Fallas, duplica su población, y la capacidad hotelera se ve desbordada por la afluencia de gente. Por suerte, todavía era jueves, no había llegado el aluvión de turistas del fin de semana, y tenía algún as en la manga. Ese no era otro que la dueña del hostal donde habitualmente se alojaba cuando visitaba la ciudad.

Era un local viejo, situado en el barrio de Campanar, lejos del centro de la ciudad, y a pesar de todo eso estaba completo. O por lo menos eso le dijo Gloria, la propietaria del mismo, tal vez para hacerse la interesante. A Ramón le tocó llorar un poco más de la cuenta para que le diera esa habitación que casualmente siempre quedaba vacía por las mañanas. Supuso que las reticencias de la dueña se debían sobre todo a la presencia de Sofía, y no le faltaba razón.

Gloria era una mujer madura, que ya no cumpliría los 40, y sin embargo conservaba buena parte del irresistible encanto que había tenido poco tiempo atrás. El peso de los años, el sufrimiento, y el intenso trabajo, se notaban sobre todo en su rostro moreno, surcado por finas arrugas que no conseguía eliminar del todo con el maquillaje. Sin embargo, su cuerpo no parecía rendir cuentas al paso del tiempo, despertando siempre la indisimulada admiración del personal masculino a su paso. Había enviudado hacía más de 10 años, pero no parecía tener ganas de repetir la experiencia matrimonial. Aunque desde la muerte de su marido varios hombres habían pasado por su cama, nunca dejó que significaran demasiado en su vida.

Con Ramón le pasaba lo contrario, quizá no le hubiera importado demasiado que entrara en su vida, pero ni siquiera había hecho amago de querer asomarse a su escote, y eso le tenía picada en su amor propio, pues su relación personal era muy buena, y no terminaba de entender que no hubiera querido pasar de ahí.

Gloria sabía que no le iba a negar el favor a Ramón, pero quiso pegarse el desquite de su decepción al ver a su acompañante. Después se preguntaría para qué tanto remilgo, pues realmente no había disfrutado observando como se le había puesto la cara blanca al hombre tras anunciarle que el hostal estaba completo. Parecía en un buen apuro, aunque le iba a costar mucho trabajo averiguar por qué.

Tras dejar su escaso equipaje en la habitación, Ramón y Sofía salieron a comer algo. Estaban hambrientos y exhaustos. Devoraron unos bocadillos en diez minutos, y volvieron a subir. Necesitaban recuperar tantas horas de sueño perdidas.