28 diciembre 2006

Pena de bandoneón


No entendía por qué se hallaba allí, en aquel escenario, delante de tanta gente desconocida, pero ya no podía echarse atrás...




Queridos amigos:

Hace un tiempo creé La tentación de Marta, con intención de escribir un relato largo, al estilo de lo que empecé a escribir el año pasado por estas fechas y me llevó casi hasta Agosto. Era también una forma de probar la nueva versión del blogger para ver si me convenía cambiar.

No pretendía hacerla pública hasta ver si la historia iba hacia adelante en mi cabeza, algo que hasta la fecha no ha sucedido, pero el cambio definitivo de versión de blogger la ha convertido en accesible para cualquiera que acceda a mi perfil.

Así que... ahí está, y que sea lo que Dios quiera, como se dice en estos casos.


Aprovecho la ocasión para desearos FELIZ 2.007 A TODOS. No sé si tendré tiempo para pasarme por vuestras casas a felicitaros personalmente como me gustaría, así que lo hago ahora.

19 diciembre 2006

La oveja negra


El garito era, o más bien es, pues supongo que todavía existe, una casa vieja, típica del barrio de labradores donde se encuentra, y que milagrosamente ha conservado su tipología de edificación: un pequeño pueblo de casas de menos de tres plantas rodeado de altas construcciones por todas partes.

El nombre, "L´ovella negra", tenía un toque de clandestinidad bastante acorde a su propietario y a muchos de sus clientes. Nada más entrar podías apreciarlo tan solo con el olfato, y después, si te fijabas muy bien, leyendo el contenido de algunos de los carteles colgados por las paredes.

No había mucha iluminación, y la música tampoco estaba muy alta. Era un lugar adecuado para empezar la noche con una amable tertulia después de cenar, y si apetecía, con una partida de dados. Después de una hora allí, de no ser muy interesante la conversación, o muy alta la dosis de la especialidad de la casa ingerida, existía un alto riesgo de quedar dormido encima de la silla, por lo que imperaba cambiar de escenario.

Estuvimos yendo allí muchos viernes, sobre todo en la época de estudiantes, hasta que, sin razón alguna dejamos de quedar allí.

Estaba regentado por un tipo, más bien desaliñado, delgado y bajito, con el bigote y los cabellos frecuentemente desordenados, que se rodeaba de un par de camareras invariablemente vestidas de negro.

El local tenía la puerta estrecha para las prisas, por lo que muchas no cabían. Las colas eran, por tanto, largas para pedir la bebida, más aún si solicitabas la especialidad de la casa: el carajillo. Yo solía aposentarme en el lateral estrecho de la barra, y me quedaba abobado mirando como los preparaba él personalmente. Primero quemaba el ron (o el brandy) con azúcar y unos granos de café, dejando que las llamas tintaran de destellos azules la penumbra del mostrador por unos minutos; después añadía el café y lo servía. Era una elaboración perfecta en la que, adivino, ponía toda su alma aquel hombre, que parecía no saber hacerlo en ningún otro campo de la vida.

En aquel lateral de la barra, donde yo pacientemente guardaba mi turno, existía una estantería con algún pequeño objeto de adorno artesanal, y junto a ella un poster, ya muy desgastado, que debió inaugurar el local. Lo descubrí en una de esas esperas, y me llamó poderosamente la atención. Tanto, que de vez en cuando, lo recuerdo y me sigue haciendo pensar. He tratado de encontrarlo en internet pero no lo he visto por ningún sitio, así que intentaré describirlo.

Era un dibujo hecho a mano, tal vez por algún humorista famoso, con un rebaño de ovejas blancas empujándose unas a otras en la misma dirección, y una oveja negra, sólo una, en dirección contraria intentando abrirse paso. Al final de la trayectoria de las ovejas blancas se encontraba el vacío, un precipicio sin fin por el que las primeras ya estaban cayendo, y las siguientes seguían empeñadas en acompañarlas.

Desde entonces me pregunto: ¿no vamos a demasiados sitios indeseados por seguir la indolente masa del rebaño?

Reflexión ésta hecha antes de las comidas de empresa de Navidad, que conste.

10 diciembre 2006

La entrevista

El día había sido agotador, era ya tarde, y recién cenado me disponía a disfrutar del único momento de relajación que me podía reservar la jornada.

Acababa de dejarme caer en el sillón, colocado mis pies encima de su reposadera, las gafas sobre mi nariz, y ya estaba dispuesto a pasear mi vista cansada sobre las hojas del periódico, comprado a primera hora de la mañana, que no había podido siquiera hojear, cuando sonó el timbre de la puerta.

- ¿Quién coño puede ser a estas horas?, pensé con fastidio.

Me levanté con resignación, periódico en mano, zapatillas a medio calzar, dispuesto a terminar pronto con el imprevisto, y reanudar mi momento de tranquilidad sin más contratiempos, pero la imagen que me encontré al abrir la puerta me dejó prácticamente noqueado.

Rubia, ojos azules, 1,75 m. de altura, curvas de escándalo y mini falda de juzgado de guardia. Una voz dulce, melodiosa, pero firme y segura a la vez, formuló la pregunta, que no parecía tener prevista una respuesta negativa:

- ¿Le molestaría que le haga algunas preguntas? Soy de la agencia Memescopia y estoy realizando una encuesta sobre hábitos y costumbres de la gente. Ya sé que no son horas, pero no le llevará mucho tiempo.

- Pase, pase, no se quede ahí, precisamente estaba esperando que alguien me hiciera una encuesta esta noche. Siéntese ahí, en el sofá, y disculpe el desorden. Póngase cómoda, quítese la ropa... Esto... la chaqueta quería decir.

Y ella obedeció, dejando la chaqueta sobre la percha, dejando a la vista un precioso suéter, ¿de qué color?, descubriendo unos hombros perfectos, y un lunar rozando su escote triangular un poco por encima del punto donde divergían las hermosas curvas de su pecho. De eso sí me acuerdo.

Se sentó frente a mí, cruzando sus más que torneadas, esculpidas piernas, envueltas en medias de fina seda semi-transparente, balanceando una de ellas sobre la otra, y sosteniendo el zapato de fino tacón tan sólo con la punta de los dedos, en un equilibrio casi milagroso.

Para entonces yo ya tenía que hacer verdaderos esfuerzos de concentración para evitar que mis palabras se entrecortaran en un torpe tartamudeo; así que puse cara de circunstancias y esperé a que ella diera el siguiente paso. Y lo hizo sin demorarse un instante, tal vez consciente de mi azoramiento, con voz dulce, serena y profesional, siempre acompañada de una sonrisa final que mostraba su perfecta dentadura.

No te importa que te tutee, ¿verdad?

Negué con la cabeza.

Verás, es un test muy sencillo, que demuestra algo de tu personalidad y de tus gustos musicales. Yo te hago una pregunta y tienes que responderla con el título de alguna canción. No debes repetir grupos musicales ni dar más de una canción como respuesta, pero la verdad es que casi nadie hace caso de estas dos últimas reglas. Así que tú mismo.

Glups... Así de repente... Voy a tener que tomarme algo. Voy a llenar un vaso con algo de whisky. ¿Qué te apetece?

Pues... si eres tan amable un chupito de aceite de oliva vírgen. A mí es que el alcohol no me va.

La entrevistadora se tomó entonces un respiro, echó los hombros hacia atrás, dejando que el olor a aceitunas verdes inundara sus pituitarias, y después de un solo trago apuró el verde líquido, terminando con una sonrisa de plena satisfacción. Esta vez, sin dientes. A mí apenas me había dado tiempo de entrechocar un par de veces los cubitos.

- Empecemos, ¿Eres hombre o mujer?

Child in time de Deep Purple, podría valer, ¿no?

- Demasiadas canas y escaso pelo para ser un chaval, pienso yo, pero si tú lo dices.

Bueno, pues Man on the moon de REM.

- Eso está mejor. Me recuerdas a cierto astronauta que conozco. Ahora descríbete:

Estaba empezando a desabrochar los botones de la camisa, cuando ella, agitando las manos como un molino, repitió:

- No, no, descríbete. No te desnudes. Si los necesitas tengo algunos bastoncillos de algodón para las orejas, me dijo tan suavemente, que casi ni dolió.

Johny el seco - Burning, contesté así, telegráficamente, haciendo honor a la respuesta y breve exposición de mis principios.

- Perfecto. ¿Qué sienten las personas cerca de ti?

Eso casi lo podrías contestar tú: Hielo , de Morcillo el Bellaco y Los Rítmicos, diría yo.

- Tomo nota. ¿Cómo te sientes?


Pues bien, últimamente estoy bastante contento. Me sale casi todo bien, hasta recibo agradables visitas en casa ...

-Con un tema musical, recuerda, interrumpió bruscamente.

Mr. Lucky, de John Lee Hooker, me cuadra.

- Me alegro. Empecemos con la parte rosa. ¿Cómo describirías tu anterior relación sentimental?

Escenas olvidadas, de Golpes Bajos, o Sin solución, de Leño, podrían describirla, en parte.

- Vaya, casi no pregunto más. Pero, Leño, ¿no era un grupo de rock duro?. No puedo imaginar esa cabeza con una larga y abundante cabellera, comenta cambiando de tema, antes de hundirse más en terrenos pantanosos.

Ja, ja, ja. Lo tuve que dejar, me cansaba que me confundieran con una chica. Como ves, el tiempo me ha dado la razón.

- Sí, sí, pero ahora describe tu actual relación con tu novio/a o pretendiente.

Love&Marriage de Frank Sinatra le viene que ni al pelo, porque novia hace ya mucho tiempo que dejé de tener.

- Noto cierto sarcasmo en la respuesta.

¿Sí? Pero es una canción deliciosa, ¿no crees?

- Bueno, da igual. Hablemos de otra cosa. ¿Dónde quisieras estar ahora?

Me gusta donde vivo: en el Mediterráneo , de Joan Manuel Serrat; pero existen un par de lugares que no he visitado, y que no me quisiera perder: Amsterdam, de Jacques Brel, y New York state of mind, de Billy Joel.

-Preciosos lugares, pero dime: ¿Cómo eres respecto al amor?

Colgado de Los Secretos, podría encajar.

- Pues descuélgate y baja del árbol antes de la siguiente pregunta. ¿Cómo es tu vida?

Siempre estoy soñando de Fito&Fitipaldis me viene al dedillo para definirla.

- Eso lo debes decir por el sueño que tienes. Te he contado ya cuatro bostezos. ¿Qué pedirías si tuvieras sólo un deseo?

Perdona, pero estoy algo cansado a estas horas. Supongo que desperdiciaría la oportunidad, pero no se me ocurre otra cosa que A kiss to build a dream on como diría Louis Armstrong

- Pues sí, un beso siempre es un buen comienzo. Escribe una cita o frase famosa:

"Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo vayas a decir", decían El Último de la Fila en Cuando el mar te tenga

-Parece una excusa para estar callado. Ahora despídete:

¿Ya te vas? ¿Tan pronto? Pues Good bye blue sky, de Pink Floyd, hace juego con tus ojos.

Y ella sonrió por primera vez con cariño. Terminando de anotar las últimas respuestas, juntó las piernas, alisó la falda, e hizo ademán de levantarse. Intenté ayudarla tendiendo mi mano para incorporarse sin tanto esfuerzo, y la noté helada, de una frialdad metálica, hubiera jurado en ese momento.

Ella pareció turbarse, pero ni un tono anarajado llegó siquiera a teñir sus mejillas.

- ¡Ah, se me olvidaba! ¿Me puedes decir tres amigos a los que visitar?

- Ummm. Creo que los has visitado a casi todos...

Estreché de nuevo su mano y entonces sucedió lo imprevisto: su cuerpo empezó a torcerse y a girar con movimientos imposibles, su voz se volvió entrecortada y seca, cayendo al suelo con un golpe que sonó a metálico.

- ¿Eres un androide?, pregunté espantado.

No hizo falta la respuesta. Empecé a comprender muchas cosas, como lo del chupito de aceite, por ejemplo. Por suerte, esta vez no fue a más la cosa y no me encontré un rabo entre las piernas, como podía haber pasado. Y es que uno, no sé por qué, tiende a pensar que todo el monte es orégano, todos los gatos, pardos, y los androides, paranoides.

La vida te da sorpresas, que diría Rubén Blades, sorpresas te da la vida.

01 diciembre 2006

Ojos Negros (y IV)


La mueca de terror no tardó en mudar a sorpresa, y de ésta a interrogación. La nube de confusión se fue diluyendo poco a poco también en la mente de Ricardo, a medida que iba encajando la situación.

Le costó unos segundos reaccionar, pues la persona que tenía enfrente le resultaba desconcertantemente familiar, a pesar de que dentro del ambiente donde se encontraban sólo podía distinguir aquellos intensos ojos negros, rodeados por la claridad de su rostro, que resaltaba en la oscuridad y sobre el que caían desordenados los largos rizos negros de su espesa cabellera.

Pero ella reaccionó antes, lanzándole una pregunta a bocajarro, empleando toda su capacidad expresiva en sugerir la respuesta afirmativa que ansiaba recibir:

- Ricardo, ¿pero eres tú?

Y él respondió con una sonrisa, con una mirada, sin palabras, acercando sus manos lentamente hacia su cintura, como la última vez, mientras ella dibujaba una amplia sonrisa y se dejaba abrazar, hundiendo la pequeña nariz en su pelo, dejando que su fuerte torso estrechara su pecho, y el brillo de sus ojos negros resaltara en la oscuridad del túnel como dos estrellas perdidas en una fría noche de invierno.

- La última vez que te ví estábamos en esta misma posición, pero ahora en vez de a un niño abrazo a un hombre, le susurró al oído.
- Tú en cambio estás igual, como si no hubiera pasado un día. Y ya va para veinte años ...
- ¡Calla!

Ella buscó su cuello, lo recorrió con sus labios, y pronto los de él acudieron al encuentro. El beso fue largo, tierno al principio, pero fue ganando intensidad y pasión con el tiempo. Al poco salieron del incómodo recinto, cogidos de la mano, sonriendo, como dos adolescentes, como lo que eran cuando se separaron aquella otra noche de verano, y buscaron mejor acomodo para recuperar parte del tiempo perdido.

Existe un estrecho sendero que se desvía de la vía de Ojos Negros hasta el embalse del Regajo. Allí las turbulentas aguas del Palancia se remansan y parecen encontrar un lugar donde descansar definitivamente.

En eso pensaba Ricardo mientras Carmen apoyaba la cabeza en su hombro, observando el reflejo plateado de la luna en las tranquilas aguas. Nunca es tarde para echar raíces, se dijo, y aquellos ojos negros eran tierra abonada que no debía permanecer ni un día más en barbecho.