31 diciembre 2008

Tres fiestas de Nochevieja


I

El asesino del tiempo le robó a Cenicienta su crema antiarrugas. Armado con dos varillas de reloj, a modo de tijeras asimétricas, amenazó a la princesa juntándolas en forma de estoque, y el bote con el ungüento cayó de sus manos. Eran las doce en punto.
La carroza se convirtió en calabaza, y ella todavía estaba sin peinar. Por la calle no se veía un solo taxi. Iba a llegar tarde y sin arreglar a su cita con algún príncipe divorciado venido a menos.
Para entonces no tendría sentido hablar del tiempo. Ya nada importaba.

II

A Rodolfo el reno de la roja nariz, la hora del deceso le iba a pillar en un lugar remoto, aislado, a medio camino entre dos reinos, en la línea divisoria de dos mundos. Nöel lo había dejado allí herido, moribundo, sin contar con que esta vez el tiempo, o el no tiempo, jugarían a favor del maltratado animal.
Rodolfo ya no iba a tirar nunca más del carro, y juró festejar su inesperada libertad bebiendo whisky de 12 años, a tragos cortos, por la montañosa frontera entre Aragón y Valencia.

III

En la Puerta del Sol, la concurrencia se dividía entre risueños japoneses y bulliciosos peruanos, todos ajenos a la tragedia, y sin hacer rimas fáciles con la terminación del año.
El comentarista de turno parecía dispuesto a meter la pata, una vez más, de la forma más pueril posible.
El ruido ensordecedor terminó de golpe a la hora del crimen.
Alguien comenzó a tragar las uvas mientras sonaban los cuartos.

-.-


11 diciembre 2008

Por un vaso de agua



Todas las noches, a la una de la madrugada, la muerta se le aparecía en sueños.

Con el semblante serio, la piel arrugada, el moño perfecto, y el mismo tono autoritario que tuviera en vida, pronunciaba siempre las siguientes palabras:

- Dame un vaso de agua.

Daniel se despertaba sobresaltado, escondía su ira bajando la cabeza, y caminaba descalzo hacia la cocina para cumplir el encargo, cuyo destino final era la mesilla de noche de la difunta.

Quebrado el sueño en lo más profundo, rara era la vez que conseguía recobrarlo, y la luz del alba le devolvía a la cerrada habitación donde le esperaba, en idéntico lugar, el recipiente completamente vacío. Así día tras día, mes tras mes, año tras año.

La vigilia constante estaba terminando con la salud de Daniel, primero mermando sus facultades físicas, después consumiendo las mentales. La realidad empezaba a confundirse con los sueños, los días se mezclaban con las noches, y la fiebre alternaba el calor asfixiante con el frío más insoportable. La aparición era, dentro de ese entorno ambiguo y difuso, un ente concreto con perfiles bien delimitados, sonidos perfectamente audibles, e incluso olor característico a mezcla rancia de alcanfor y mugre.

La certeza incontestable de aquella figura maniataba al hombre, temeroso más de la realidad visual de la imagen que de la consistencia física o moral de la misma; pero la vida se revuelve con fuerza brutal cuando se ve amenazada, y la de Daniel consiguió finalmente rebelar su mente una noche febril de sueños convulsos, cuando sus fuerzas ya estaban prácticamente extinguidas.

- Dame un vaso de agua, exigió la vieja con más despecho incluso del acostumbrado.
- No, respondió Daniel, clavando la seguridad de sus ojos en el iris cruel de la aparecida.

El hombre supo aguantar los interminables segundos de tensión mantenida entre las dos miradas, y finalmente el espectro bajó el rostro, se dio lentamente la vuelta y desapareció para siempre de la estancia.

¿Por qué no lo hice antes?, se lamentaría Daniel más tarde en aquella habitación maldita, mientras retiraba la momia del lecho para darle sepultura. Resultó desagradable, recordaba, observar cómo se tragaba el vaso de vidrio, trocito a trocito, los terribles gritos, los vómitos sangrientos, los interminables estertores, y aquella alfombra blanca, manchada de sangre para siempre.

Y todo por un vaso de agua, por un maldito vaso de agua exigido todas las noches a la una de la madrugada.

28 noviembre 2008

Vuelta al revés




María Agustina nació en un cruce de caminos, en tiempos cambiantes y revueltos, y sus padres pusieron en ella grandes esperanzas.

Creció junto a los arrabales, humilde pero orgullosa, bella, sin adornos, frecuentada tanto por personajes de purísima sangre como por sencillos labriegos.

Junto a ella crecía un pequeño jardín, formado por altas palmeras y un gran ficus milenario sobre el que se abalanzaban oleadas de furiosos estorninos en otoño. A sus pies manó durante un tiempo una pequeña fuente, de aguas turbias y estancadas, que con el tiempo terminó por secarse y desaparecer.

De corazón grande, pronto su persona se convirtió en lugar de encuentro. Su casa fue lugar de cita de personajes tan variopintos como adolescentes febriles, abuelicos con boina, rebeldes sin causa, hinchas albinegros y romeros de pañuelo verde.

Su amor, dicen, fue disputado entre un tosco sindicalista, grande como un armario, y un gobernador de corte clásico, demasiado formal. Ella los mantuvo enfrentados muchos años, sin decidirse por ninguno, con una serenidad y elegancia a la altura sólo de las grandes damas, hasta que el orgullo de ambos terminó por quebrarse.

En su edad madura, María Agustina conoció, con gozo, como cada año la ciudad entera acudía a su encuentro, y, con gran estruendo, celebraba desde su misma casa el inicio de las fiestas fundacionales, vivió el derroche de alegría de la gente, el ruido atronador de los cohetes acompañado del olor a pólvora; y esa es una experiencia que marca.

Lo más singular de su vida fue, sin embargo, el extraño y anacrónico rito con que sus visitantes, desde el inicio de sus días, la homenajeaban, que consistía en girar incesantemente alrededor de su bella figura como buscan las agujas del reloj el final de las horas.

Poco a poco nuestra heroína fue perdiendo parte de su esplendor, el gobernador abandonó el cortejo, la ciudad escogió otros lugares para anunciar los festejos, y hasta los pájaros enflaquecieron en el asedio del milenario ficus; pero lo peor estaba por llegar: se ordenó a los todavía numerosos admiradores que la cortejaran según los modernos usos, invirtiendo el tradicional sentido de giro.

Desde entonces, ella ya no se siente admirada, querida, única. Nadie venido de lejos se detiene ante su presencia, pero sus queridos vecinos, en cambio, lo hacen bajando la cabeza, avergonzados por no poder rendirle culto como se merece. Piensa que la mediocridad se ha instalado en su vida, que ahora es sólo una más, una plaza nada más, a poca distancia de una vulgar rotonda.

Nunca conseguirá acostumbrarse porque, como todo el mundo sabe:

María Agustina no rode aixina!!!

26 noviembre 2008

Pactos sagrados




Ahora sólo se alimenta de ricachones, la muy víbora, los mismos a los que arrojábamos tomates y huevos podridos cada primero de Mayo.

Un día decidió cambiar sus viejos vaqueros raídos por unos Dolce&Gabanna, el estudio en Lavapiés por un adosado en Las Rozas, y a mí por un orondo director de banco.

A pesar de su venenoso mordisco, le sigo prestando mi cuerpo los jueves por la noche, después de la sesión de yoga, para completar su dieta escasa en algunos placeres mundanos.

Ya no hay traición posible, los pactos entre serpientes son sagrados.


19 noviembre 2008

Pensamientos de un Dios imperfecto

El Paraíso, de Lucas Cranach "el Viejo"



La serpiente me quedó más gorda de lo previsto, la manzana no va a gustar ni a los gusanos, y ese hombre debilucho y simplón tiene demasiadas costillas, barruntaba un Dios cansado y deprimido, al final del sexto día.

Por suerte, al lunes siguiente comenzaría un nuevo universo a muchos años-luz de allí.

A nuestro Dios imperfecto le salieron los hombres a su imagen y semejanza, y le pintaron las diosas con algo de sobrepeso.

Tiempo le faltó para encargar a su hijo que deshiciera el entuerto.

Los buenos jefes de obra no se quedan hasta el final para cargar con el muerto.



12 noviembre 2008

No pregunten a la muerta (II)

Imagen tomada de Amateurs Hotel

El espíritu acudió de nuevo, incómodo, a la estrechez del cuerpo de la médium, y entre ambos completaron las lagunas del relato.

La muerta, satisfecha, se felicitaba del sentimiento de culpa de los amantes homicidas, mientras la nigromante acariciaba el cheque recién obtenido.

Pero ellos no la mataron, ¿no es cierto? Fue un simple, casual accidente de tráfico, para alivio del matón a sueldo que esperaba tras la esquina.

Y ella, ¿cómo es que volvía del súper sin bolsas, desmaquillada?

La médium percibió un revelador estremecimiento, como un suspiro o una sonrisa, por toda respuesta, justo antes de que la intrusa abandonara su agotado cuerpo.

05 noviembre 2008

No pregunten a la muerta


- La mujer que había dentro de mí ya se ha ido, afirmó la médium, mientras dirigía una mirada inquisitiva a aquella curiosa pareja.
- Déjenme adivinar: ustedes son la rubia mala pécora, y el picha floja del marido de la santa.

Ellos afirmaron avergonzados, clavando la mirada en el mostoso tapete de la mesa camilla.

- No teman, les auguro que su secreto no será conocido, pero adivino que no les importará pagar el doble por esta revelación.

El hombre echó mano a su billetera y seguidamente abandonaron el pisito.

- Olvide nuestros nombres, suplicó al cerrar la puerta.

01 noviembre 2008

Buscando ánimos en las Ánimas (II)


Susana interpretó a la perfección el papel de Beatriz, y Juande tuvo que rehacer sus pasos, herido su orgullo por la velada acusación de cobardía.

Al llegar a las Ánimas, no quedaba rastro de sus amigos, y en su lugar se encontraba una figura blanca, resplandeciente, mostrando en su mano derecha la prenda de su amada. Al acercarse se fue perfilando la silueta, mostrando una mujer bellísima, de larga cabellera negra e intensos ojos azules.

Fuera por averiguar si aquel ente era real, o por cambiar la d por t de su ingrato apodo, Juande, aprovechando la excusa del pañuelito, tomó aquel brazo en lugar de la mano, y comprobó que el vello erizado de aquella extremidad no cuadraba con espectro ni alma en pena. Quiso entonces comprobar el motivo de aquella perturbación cutánea, si la impresión o el frío, y tratando de matar esos dos pájaros de un tiro puso camino de San Saturio otra vez, con aquella encantadora compañía.

Tardó más de lo habitual en volver con Susana, pero retornó con el trofeo, una sonrisa triunfante y rasguños de unas zarzas. La chica, angustiada por el remordimiento, se empeñó en recompensar a su reencontrado caballero, y el hombre hizo un último esfuerzo.

Pero en la noche cientos de ojos acechan, y la de autos varios amigos vieron a Juan de Dios Rueda por los mismos sitios con diferentes mujeres; y su viejo apodo, quizá ahora coherente, se vio automáticamente sustituido por el de Juanito Calavera, por otra parte igual de apropiado para la fecha en cuestión.

Y así, en la noche de las ánimas, perdió la vida Juande Norio, y desde entonces recorre las riberas del Duero en busca de un pañuelo la víspera de Todos los Santos. Si tenéis la desdicha de encontrarlo esta noche, no aceptéis truco ni trato. Eso sí, dadle calabazas.

31 octubre 2008

Buscando ánimos en las Ánimas (I)


A Juan de Dios Rueda Román sus amigos le llamaban Juande Norio por sus nulas habilidades con el sexo contrario. Y eso que el hombre no era feo del todo, pero le entraba una especie de bloqueo mental inexplicable cada vez que alguna chica inundaba sus retinas. Aún así, salía de casa bien duchado, bien peinado, y perfumado, con la esperanza de que esa noche iba a ser la suya.

Una vez más no descuidó el menor detalle para salir de casa, a pesar de que la velada no invitaba al erotismo precisamente. Era la noche de Ánimas, y había quedado con unos amigos para visitar el monte de ese mismo nombre. Nada más llegar, le presentaron a una chavala de Valdeavellano de Tera, una pelirroja de largos rizos, ojos marrones muy grandes, labios carnosos y el universo de pecas en su cara. Se llamaba Susana.

Como en toda reunión esotérica que se precie no tardó en aparecer el escéptico, el hombre dispuesto a aguar la fiesta paranormal con sus reflexiones racionales. Esta vez, el papel denostado le correspondió a Susana, y su actitud irónica pronto aguijoneó el dormido ingenio de Juande, empeñado en contar historias cada vez más terroríficas. El caso es que una rama crujiendo allí, o una lata sacudida por el viento allá, servían de complemento perfecto al ritmo cada vez más intenso de la narración, consiguiendo que la aparente seguridad de la chica se fuera debilitando poco a poco.

Involuntariamente, quién sabe, Susana se acercaba cada vez más a Juande, a ritmo de sobresalto. Primero, una mano sobre su hombro, después un ligero apretón de brazo. Finalmente el tañido lejano de las campanas de Soria impulsó a la incrédula chica a los brazos del entusiasta narrador, que esta vez, inexplicablemente, se dejó llevar por un impulso irrefrenable de probar esos labios tan golosos.

Obligado era que la pareja buscara la intimidad necesaria, y como San Saturio quedaba cerca, el Duero venía manso, y la noche no era muy fría, Juan aprovechó el paseo para contarle a Susana la consabida leyenda de Bécquer, mientras se alejaban lo suficiente para librarse de curiosidades malsanas. Vertida ya la sangre de Don Alonso, los amantes buscaron un pequeño abrigo para saciar sus impacientes pasiones.

Vueltas ya las ropas a sus lugares, y los pasos al adoquín de las calles, la moza echó a faltar una prenda, que pese a buscar y rebuscar no aparecía. Debía de haberse quedado olvidada en San Saturio, o en las Ánimas, y la empresa de recuperar el objeto se parecía demasiado a la de la terrible leyenda. Ya eran muy pasadas las doce, y ya debían de ir a mazazos templarios contra sorianos.

27 octubre 2008

Amenaza en la sierra

Aquella noche todo el pueblo se había recogido en sus casas antes de lo acostumbrado. El negro del cielo opaco, sin luna ni estrellas, apenas quedaba difuminado por el humo blanco de las chimeneas azotado por el cierzo furioso. Ese viento helado, que se filtraba por todas las rendijas con terca insistencia fue el mensajero de aquel ruido atronador, la voz de la bestia que se acercaba.

El miedo se apoderó de las casas, salieron rosarios y crucifijos de sus cajones, palos y arcabuces de sus armarios. Pasaron los primeros por manos temblorosas, y los segundos fueron presos por músculos vigorosos. Mientras las mujeres rezaban, los hombres salían a plantarle cara al temido monstruo, que se aproximaba precedido de un estruendo insoportable, un olor repugnante, y un misterioso halo de fuego.

El valor adquirido tras la calurosa arenga de los cabecillas se iba vaciando a medida que el frío y la soledad penetraban en el ánimo de los hombres, inmóviles en sus puestos de combate. Aquella cosa avanzaba con una rapidez desconocida, rompiendo el silencio nocturno con sus aullidos desgarradores, y la oscuridad con relámpagos zigzagueantes.

Estaba ya muy cerca, y los voluntarios aguardaban la señal convenida, tensando todos los músculos, con la mirada atenta al angosto lugar por el que inevitablemente pasaría la temida amenaza. Algunos se santiguaban aprovechando el secreto de las sombras, y murmuraban frases de ánimo entre unos dientes que no castañeteaban sólo de frío.

El jefe, alertado por la señal del centinela, bajó el brazo de golpe, y el improvisado batallón arrojó una lluvia de piedras y balas sobre un objetivo que, indemne, encaraba imparable la última recta hacia el pueblo.

Los hombres corrieron detrás, agitando furiosos los garrotes, con toda la velocidad que permitían sus piernas. Al llegar a la plaza, se detuvieron con estupor. En el centro, parado, pero todavía vomitando hedor y polvo, se hallaba el engendro, y desde su extraña panza salía triunfante el mismísimo alcalde, saludando, sombrero en mano, a sus asustados conciudadanos.

El primer automóvil acababa de llegar a aquella remota población de la sierra.

15 octubre 2008

El niño




La temporada de invierno era especialmente cruda por aquellos tiempos. El frío arreciaba y era complicado encontrar comida. Aquella comarca, al lado del mar, se vaciaba de gente nada más terminar el verano, y con ellos sus desperdicios, que son mi principal fuente de alimento.

Tampoco era yo quien peor lo pasaba, pues mi gran envergadura me permitía disfrutar de todos los bocados en disputa, sin apenas enseñar mis afilados dientes. Pero aquella noche, ni siquiera contaba con un miserable trozo de cuero que echarme a la panza, y eso que llevaba todo el día dando vueltas por aquel desolado barrio.

En los alrededores del campo de fútbol esperaba solucionar mi problema diario. El trajín de gente empezaba a media tarde y solía ir acompañado de abundantes desechos, que me sabían a auténtica gloria: trozos de bocadillo, cortezas de pipas, envoltorios de chocolatinas; e incluso el resto infumable del babeado caliqueño de Arias.

No sé por qué me detuve al cruzar el camino. Tal vez se unieron el cansancio y el hambre con la odiosa vista de aquel niño repugnante. ¡Fijaos! Yo muriendo de ganas de roer aunque fuera un mísero hueso, e irme a la madriguera a terminar el día, y aquel sujeto, con su andar anodino, bien comido, bien bebido, dispuesto a derrochar sus fuerzas en golpear un absurdo trozo de cuero redondo.

Lo miré al principio con indignación, pero él no se dio cuenta. Creo que no consiguió identificarme hasta un segundo después, y entonces vi tanto miedo en su rostro que decidí ensayar con él mi máxima expresión de furia. El efecto fue inmediato, quedó paralizado de terror, lo tenía a mi merced.

Soy un buen luchador, y no dudo en atacar cuando encuentro debilidad en el contrario. En ese momento, ya sabía que él no se iba a mover, se estaba preparando para mi inminente ataque, y yo sopesaba mis fuerzas con la distancia a sus puntos más vulnerables. Tenía casi todo el cuerpo tapado, bien protegidos los tobillos; las manos las veía accesibles, pero demasiado móviles; y el cuello y la cara, algo lejanos: debía tomar impulso para alcanzarlos.

Escogí esta última opción, y ya me disponía a flexionar las piernas para pegar el salto, cuando ocurrió algo imprevisto. Un proyectil cayó no muy lejos de donde estaba, y tuve que girar la cabeza. La pérdida del contacto visual me restó la ventaja con que contaba, vi la figura de aquel despreciable humano crecer, mientras la mía menguaba por momentos. Recordé la vieja máxima de no malgastar fuerzas en combates con escasa recompensa; y aquel sólo podía tener la satisfacción de ver al gigante humillado, pero el sabor de su sangre apenas me suponía a mí sustento para diez minutos. Así que desaparecí entre los juncos, esperando la triste limosna de algún alimento olvidado.

12 octubre 2008

La rata


Serían poco más de las siete, pero ya era noche cerrada, una noche eterna y tenebrosa de invierno, salpicada de humedad fría y salada traída a ráfagas por el viento de Levante.

El Javier Marquina quedaba a pocos pasos de casa, pero el asfalto terminaba justo en el límite de la parcela, y había que cruzar un estrecho camino de tierra, casi escondido entre la maleza, para llegar a mi destino.

Tenía por aquel entonces poco más de 12 años, y más kilos de ilusión que peso en el cuerpo y juego en unas botas que a duras penas podía levantar del suelo. Sin embargo, acudía al entrenamiento como quien prepara la final de un mundial, aunque el único premio a mi alcance fuera entrar en la convocatoria del siguiente partido.

Con ese único objetivo en la mente caminaba cabizbajo, algo vencidos los hombros por el peso de la bolsa, sin fijarme apenas en el recorrido, pues conocía hasta el tamaño y la posición de los charcos que tenía que cruzar, cuando, de repente, vi crecer una sombra gris a mi derecha, cruzando a gran velocidad el camino, a pocos metros de donde estaba. Su tamaño me desconcertó al principio, pensé que se trataba de un gato o un conejo, pero el animal detuvo su carrera y así me permitió observarlo bien: era una rata de alcantarilla enorme.

Por suerte para mí, en aquella época todavía no se encontraba Gerona entre mis lecturas; pues de haber leído antes la novela de Galdós, la impresión hubiera sido mucho más inquietante para mí. Algo de miedo debió apreciar en mi cara el bicho, pues de otra forma no se comprende que detuviera sus pasos, apretara el hocico, tensara los bigotes y me dirigiera una de las miradas más desafiantes que nunca he recibido. Esos pequeños ojos negros concentraban un odio intenso hacia mi persona, eran el grito sordo de la miseria contra la opulencia, el oportuno desafío del que, sintiéndose normalmente inferior, encuentra la ocasión de medirse en igualdad de oportunidades, y decide echar el resto.

Paralizado por el terror, temiendo el salto hacia mí en cualquier momento, no me quedó otra opción que aguantar el pulso de su insolencia, pues perder su cara de vista podría resultar fatal. Un olvidado instinto de supervivencia y mis torpes pies me prestaron esta vez un servicio estimable, acertando a golpear una piedra próxima, mientras aguantaba a duras penas la mirada del animal. Aunque el improvisado balón botó lejos de su objetivo, el ruido distrajo al roedor, bajó la vista, perdiendo así la fortaleza de su posición, y consciente del peligro de un lanzamiento más afortunado, desapareció veloz entre la maleza.

06 octubre 2008

Fina de noche


Tras muchos años desafinando La fina, poco podía imaginar que me encontraría una mujer así una de esas noches.

Difícil adivinarla escondida detrás de esa voz ronca de tabernera portuguesa, mimetizada en su fachada liberal de amplio escote y corta falda. Cegado por la perspectiva de una aventura fácil, cerré los oídos a mis peores presentimientos cuando se presentó con el consabido "Me llaman La Finita, y no soy fina ni ná".

Pero la cruda realidad se presentó de golpe, como una racha de aire gélido al doblar una esquina. "Ni en tu casa ni en la mía", me dijo con sorna, poco antes de que preguntara, pero mucho después de caldear el ambiente con sus excitantes equívocos.

- Pon otra cerveza, pedí al camarero- mientras pensaba si esa noche había perdido una batalla, una guerra, o sólo los 100 pavos invertidos en la cena.

29 septiembre 2008

Santificarás las fiestas


Y se vistieron para la misa de 12.

A pesar del calor sofocante, no dejaron ni un centímetro de su piel por cubrir de riguroso negro.

En la iglesia, bajaron la vista, cruzaron las manos, hincaron las rodillas.

No más tarde de la una, volvieron al verdadero templo de sus deseos, dejando las prendas de luto como improvisadas alfombras.

Era su forma de santificar las fiestas.

23 septiembre 2008

Soledad



La soledad que me acompaña
se nutre del viento en los álamos,
de la resaca del mar,
de hojas secas en el camino;
bebe de arroyos cristalinos,
de la espuma entre las rocas,
y de impares vasos de agua.

Con esta soledad amiga tomo café
los lunes y los miércoles,
y a veces viene a cenar a casa.
Me gusta su tranquila compañía,
su verbo pausado y relajante,
incluso sus nostálgicos ojos azules.

Sabe que soy una causa perdida,
que nunca la llevaré al altar,
ni siquiera del brazo por la calle.

Puede que me acompañe
una tarde triste,
o que se meta en mi cama
alguna noche de invierno,
pero no quiero ver
sus pelos en la ducha
ni ropa suya en mi armario.

Dejaré de verla algún día,
como pasa con todos mis amigos,
y en mis horas llenas de gente
y tiempo comprimidos,
buscaré un hueco
para gritar su nombre.

16 septiembre 2008

El niño-lobo

Imagen tomada de Érase una vez

Viejas tradiciones y oscuras leyendas hablan de hombres malditos, atacados por fieras salvajes en noches de luna llena, y condenados para toda la eternidad a sufrir la cruel transformación de su cuerpo en cada plenilunio.

Ajenos a la morbosidad de lo trágico, fruto de la furiosa cópula de sus progenitores en sus noches más violentas, los niños-lobo pueblan nuestras ciudades sin que nosotros, poco pendientes de ombligos ajenos, percibamos alguna diferencia con nuestros retoños.

Julián, ya desde pequeño, destacaba por su alma inquieta y su físico incansable. El pelo negro, muy tieso, las cejas algo gruesas, los ojos grandes y oscuros, el bozo incipiente y los labios gruesos le hacían parecer mayor de lo que en realidad era. Tenía entonces 10 años, y un aspecto de pre-adolescente en plena niñez, que le afeaba más que otra cosa ante ojos objetivos, pero deslumbraba, en cambio, las retinas de las niñas de sexto.

Algo existía en su mirada profunda que invitaba a quedarse un rato contemplando la rica variedad de tonos que formaban su iris. Las chicas que se quedaban lo suficiente para apreciar esos matices no conseguirían olvidar jamás esos ojos, y la pasión que adivinaban detrás de ellos sería, para las afortunadas, un sueño más de adolescente no materializado; y para las demás, el motivo de su infortunio.

Él todavía era ajeno a su atractivo aquella tarde de primeros de Mayo, al salir de clase, cuando se dispuso a romper un corrillo de niñas mayores, que mantenían secuestrado su balón. Para su desgracia, el esférico estaba parado justo a la altura de los tobillos de la más callada de todas, y al recogerlo, se encontró con su sonrisa tímida, su mirada soñadora, y el relieve de unas curvas apenas esbozadas. Esa tarde empezó a quebrarse el fino caparazón de su infancia.

Años más tarde se volvieron a encontrar una noche que la luna completaba un círculo perfecto. El lobo, cazador avezado, pensó que bastaría su mirada seductora y unas cálidas palabras susurradas cerca del oído para hincar sus colmillos en aquel blanco cuello; pero la dueña del mismo tenía planes de un recorrido más largo, y consiguió mantener el aliento mortal lejos de su garganta.

Cuando la insistencia del depredador empezaba a vencer sus resistencias, ella le confesó otros problemas cíclicos, de sangre menos violenta, pero con la misma periodicidad. Esa estudiada coincidencia de los ciclos lunares fue suficiente para capear el temporal de las primeras pasiones, y la implacable muela del amor constante se encargó de limar aquellos afilados dientes.

Algunas mujeres no necesitan mil cuentos para domar al lobo que mora en el corazón de cualquier hombre.

09 septiembre 2008

Isla por descubrir


Islas Cíes - Pontevedra

Cuando llegué a ti, sólo eras una playa con abundantes restos de un naufragio, arena sucia con cascotes de madera, y un horizonte de sequedad y calor asfixiante.

Con el tiempo descubrí bosques frondosos, arroyos de agua clarísima, tardes de pesca interminables, hogueras bajo la luz de mil estrellas; pero también la silueta de barcos con banderas negras ofendiendo el azul de tus aguas.

Fuiste para mí hogar, refugio, santuario; pero también prisión, soledad, castigo.

Puede que lleguen algún día bergantines de velas blancas y esforzados marineros, que rescaten mi piel y mis huesos de la trena de tu rutina, y entonces sentiré pena, supongo, de empezar a olvidar el camino que recorre tu cuerpo.

02 septiembre 2008

Crónica de una muerte cantada

Es una obra de Cecilia Natoli

La noche no le sonríe hoy a Pedro como otras veces. El local está flojo de clientes, y la mercancía permanece intacta en el bolsillo oculto de su pantalón. Los pardillos del día no lo eran tanto, y se han pegado el piro antes de que recuperara todo lo que se había dejado ganar al póquer. Sus perspectivas de llenar de pasta los bolsillos se han quedado en eso, y son las tantas. Tiene muchas deudas y poco tiempo. Habrá que hacer algo.

Sale follao del garito, excitado por la farlopa, no sea que vengan antes de hora a reclamarle lo que debe. Sería triste caer con la misma arma que tan bien maneja. Pisa la acera y mira a ambos lados. Su aspecto de galán venido a menos podría encajar en muchas bandas sonoras y tiras de cómic; pero el mugriento malecón suena más a Rubén Blades que a Sinatra, y su perfil recuerda al Corto Maltés antes que a su homónimo del Jueves.

Por su izquierda se acerca un pavo, con la camisa afuera y el reloj asomado al bolsillo del chaleco, discutiendo con amigos invisibles, y esquivando obstáculos imaginarios. Pedro lo deja venir, calcula el encontronazo, esboza una disculpa y le deja el moco colgando. Ahora ya tiene acciones, pero no plata. Tendrá que apurarse, y aflojar alguna bolsa antes de que le encuentren, porque sabe de sobra que hoy le encuentran. Y más vale que su bolsillo suene más metálico que un simple tic-tac para entonces.

Cambia el rumbo y cruza el límite invisible que marca la calle, la línea de separación entre dos mundos de perversión distintos y estancos. Al otro lado, las luces de neón anuncian con falsos nombres, lo que todos conocen. El dinero corre ahí de otra forma, sin esperanza de multiplicarse, pero con rápido cambio de manos. Sin embargo hoy no. Hace días que no llega ningún barco al puerto, y a los fijos del negocio les ha acobardado el frío. Muchos garitos están cerrados, y los que no, vacíos, a punto de bajar la persiana.

Tras chapar el último antro, vuelve a pisar la acera, y se asoma al cruce más cercano. Un acelerón repentino, unos pasos apresurados, o unas voces pausadas le mantienen en angustiosa guardia. El tiempo y sus recursos se agotan cuando la noche se acerca a su hora más fría, pero una figura bulliciosa y lejana puede convertirse el último billete hacia su salvación. Y es que como a tres cuadras de aquella esquina, una mujer, va recorriendo la acera entera por quinta vez...

25 agosto 2008

Algo más que una noche

La noche - Vincent Van Gogh

Cuando alguien comienza un camino sin rumbo termina llegando a algún sitio.


La noche no admite más que planes a corto plazo, y nuestras vidas pasan por etapas en que la brújula no para de girar. Es mucha casualidad que dentro de un coche se junten tantos relojes averiados y que alguien acierte la hora, pero se intenta. Voluntad no falta.Y hay mucho que hacer para complacer gustos diferentes, ajustar pasos cambiados, y vendar corazones heridos; pero esas paladas, torpes a veces, dadas sobre una tierra irregular y dura, quizá sean suficientes para construir los cimientos de algo duradero.


En el mundo inestable de lo virtual, Arnold puede no tener músculos, y Carmen ser rubia como la cerveza, pero a Pilar le bastarán un par de palillos para interpretar una sinfonía, y a Laura una pared blanca para pintar un mural de seducción. Antes, la aprendiza buscó risas en una tierra sembrada de silencios. ¡Qué absurdo!


El tiempo cambiante altera planes, moja sandalias, descarga relámpagos y emociones, pero un pararrayos llamado Giorgio las recoge, las canaliza, las conduce de nuevo a su cauce, y la vida se remansa.


Se va haciendo tarde, hay que rescatar el tiempo de su prisión provisional, dejar que fluya como un bravo torrente hacia el mar de la noche. Entonces descubriremos sabores nuevos, alternaremos bailes con confidencias, encuentros con desencuentros, policías con ladrones.


No podrá tentarnos la mujer de rojo, pero aparecerá un alma difusa, envuelta en un halo de blanco virginal. Un coche fantástico nos transportará, mientras su conductora baila, hacia la contemplación de la luna menguante alumbrando un Buda omnipresente.


El barro no conseguirá enturbiar el final de la velada, y tras el intercambio de teléfonos, nacerán promesas de nuevos encuentros.


Escribe algo sobre esta noche, Juanjo, aunque no sea verdad, me piden.


Y como no me gusta mentir, de mis dedos sale este texto, una versión distorsionada por la luz amarillenta, esa misma que dejo encendida por las noches, atravesando la botella de cristal verde medio vacía.



Dedicado a Teresa, Pilar y Laura

21 agosto 2008

Nuevos tiempos

Playa del Pinar - Castellón de la Plana (foto del autor)

La nostalgia me invita a volver a recorrer aquella playa, a visitar de nuevo los viejos lugares.

Aunque queden cerca de donde vivo son como habitaciones cerradas de una casa maldita, a las que te resistes a entrar porque duele lo que esconden.

Nada más lejos de la realidad. En esta nueva habitación no queda rastro de lo que custiodaba. Me sorprendo al no encontrar mi sitio para la toalla, me extraña el azul de las aguas, la limpieza de la arena, los rostros extraños.

El viejo bar de Begoñi ya no existe, no está la mesa donde nos mirábamos, ni el murete bajo el que nos sentíamos a salvo de las miradas. En sus lugares hallo un correcto chiringuito chill out, y dunas prefabricadas.

Desapareció también la villa derruida, con su embarcadero abandonado, donde pescar era sólo un pretexto. Ahora, la estrecha senda que bordeaba las rocas es un amplio paseo, pavimentado con baldas de madera de teca, y alumbrado con discretos bañadores de suelo.

Todo es más moderno, más pulcro, menos nuestro.

28 julio 2008

Se cierra el telón

Imagen tomada de Photographer

Señoras y señores, ladies and gentlemen, blogueras y blogueros, y demás especies no incluidas en alguna de las categorías citadas anteriormente, la función ha terminado.

Hoy doy por concluida la tercera temporada de La voz del silencio. Es un día estupendo para hacerlo.

Yo estoy cansado, vosotros estáis cansados, ellos están cansados. Estas letras que escribo no son más que una demostración de ello.

Necesito reponer fuerzas, hacer cosas diferentes. Como mirar la luna reflejarse en el mar mientras me pican los mosquitos, admirar el contoneo de una morena escultural mientras los niños se empapan en la fuente del paseo, intentar que no se rebocen en arena un minuto antes de irnos de la playa, o que lean algo diferente de Mortadelo y Filemón antes de acostarse. También olvidar algunas cosas, recordar otras, todo eso.

Quisiera hacer balance del año vivido, dentro y fuera del blog. Es lo que procede en un día como estos, pero me da una pereza enorme, y casi que lo dejaré estar.

Pero no me voy a despedir sin deciros que, pese a todo, me sigue gustando el blog y la vida, y esta última es algo mejor gracias a lo que aportáis vosotros, con vuestras visitas y comentarios.

Espero regresar a la vuelta de las vacaciones, con ilusiones renovadas y camisetas de "Soria pura, cabeza de Extremadura". Que lo paséis muy bien, mientras tanto.

22 julio 2008

La mujer araña


La mujer araña tiene el pelo negro, ensortijado y complejo, como la intrincada red que teje desde su mirada oscura, con el movimiento armonioso de su cuerpo rotundo sin aristas.

Ella siempre actúa así, trazando finas líneas invisibles de seducción que atraen a la víctima hacia su trampa y la envuelven, la inmovilizan, la atrapan.

Tan solo un instante penetro en la oscura cueva de su mirada insaciable, percibiendo la maldad, el dolor intenso, la muerte.

Enfrente, en un contraste trágico, late el semblante dulce, alelado, de la víctima, acercándose inconsciente a la crueldad de su destino.

La mujer araña no sonríe. Su expresión puede parecer interesante, pero no caigas en el engaño: la tragedia se viste con muecas ambiguas.

14 julio 2008

Ocasión con melena

Imagen tomada de The Real World!!
La ocasión la pintan calva; pero la mía, mi ocasión, poseía una larga cabellera negra, por delante y por detrás, cubriendo todo su cuero cabelludo. Sus medidas las hubiera firmado cualquier modelo profesional, y su porte era la definición de la verticalidad. Lucía más, si cabe, al lado de la señora que tenía por acompañante, su total antítesis: bajita, rubia, rechoncha, y vencida por la osteoporosis; que ejercía de tutora, o mejor de carcelera.

El estrecho marcaje al que la sometía sólo podía ser burlado por miradas furtivas, muy lejanas en tiempo al límite que marcaría el decoro. Excederse en esos plazos suponía verse sometido a un tercer grado ocular, donde uno se sentía evaluado en materias tan dispares como la salud, las intenciones, y los ingresos netos anuales.

La muchacha tampoco demostraba mayor interés en buscar las grietas de esa silenciosa prisión, aprovechando las breves ausencias, o los involuntarios descuidos de la señora, para enviar un guiño, o una breve sonrisa, como angustioso S.O.S. El escaso segundo en que mis ojos se encontraban con los suyos conseguía alimentar la esperanza de quebrar el pesado muro de la indiferencia, lo suficiente para esperar, con paciencia, una oportunidad en la que apurar mi suerte.

El descuido llegó una tórrida noche de agosto, al calor de la verbena; y mis pies se encargaron de echar a perder lo que mi labia con tanto trabajo había empezado a construir. Dos años después, el recuerdo de ese lance sirvió para iniciar aventuras mucho más placenteras.

Y es que mi ocasión, como dije, tenía una larga cabellera negra, por delante y por detrás.

30 junio 2008

Pensamientos fugaces


Durante el breve instante en que te veo dormida boca abajo, mostrándome la mentira de tu piel blanca inocente, me pregunto si hago bien huyendo de tu paraíso de fuego tan pronto, o si debería escoger el infierno lento y frío de los placeres concertados.

Sólo en ese momento pienso en quedarme para siempre, hasta que digas basta; pero el suave click de la puerta me indica que la dejaste abierta, ambivalente, permitiendo tanto la marcha como el retorno.

Me detengo entonces un segundo más, pensando si la próxima vez la encontraré cerrada, y si tendré valor de enfrentarme a tu mirada de reproche, de este lado de la habitación; o al odioso silencio, desde el otro.

Después, doy un paso hacia adelante.

20 junio 2008

El lugar de la rúbrica

El camino era estrecho y tortuoso, pero entonces ni los coches alcanzaban gran velocidad, ni se tenía tampoco demasiada prisa en completar el trayecto. El viaje en sí era una excusa perfecta para pasar un rato agradable, a cuenta de futuras diversiones.

A la entrada de Eslida, en un recodo de la carretera, tal vez engrandecida por la oscuridad de las sombras, una higuera destacaba en un corro de alcornoques. El conductor la señaló levemente, girando apenas la cabeza.

- Ahí, debajo de esa higuera, el rey Jaime I firmó las cartas puebla de Artana, Eslida y Ahín - afirmó convencido.

El copiloto, solemne, ratificó ese extremo, con un seco, contundente:

- Sí, ahí fue.

Cualquier persona medianamente entendida se hubiera percatado enseguida de que aquella higuera no podía llevar en aquel sitio más de 50 años; pero, en ocasiones, pesa más en los ánimos la seguridad en la narración que los propios hechos narrados. Caprichos del azar quisieron que los tres ocupantes del vehículo se separaran antes de que se pudiera resolver el entuerto, y el tercero en discordia no tardó en extender el bulo.

Un rumor debidamente realimentado puede alcanzar la categoría de dogma en menos tiempo de lo que creemos. No faltó en nuestro caso quien aseguró que el supuesto hecho histórico era una verdad respaldada por una larga tradición oral, quien citó a cronistas e historiadores que ya recogían el suceso largo tiempo atrás, y quien, por fin, propuso en un pleno municipal que se colocara una estatua conmemorativa en el lugar de la rúbrica.

Se necesitó un gran esfuerzo para convencer al político de turno de que, quizá, la información no había sido suficientemente contrastada, y se podía correr un importante riesgo de hacer el ridículo en caso de que se demostrara la falsedad de la misma. El rey de bronce esculpido para el evento, tocado con su famoso casco en forma de dragón, llevaba ya algunos días en el lugar, en espera de la inauguración oficial, y hubo que buscarle acomodo en otra plaza deprisa y corriendo.

Como la anécdota era muy celebrada, una vez sentí la tentación de contársela a una chica forastera que había conocido en la verbena, aprovechando que el paseo por la zona nos alejaba de miradas indiscretas. No sé si ella, estimulada por la narración, quiso demostrar que en aquel lugar era posible escribir alguna página de, al menos, una historia particular; pero lo que puedo certificar es que escogió mi espalda como improvisado pergamino, mientras yo emulaba al singular personaje de la novela de Bram Stoker con su interminable cuello.

Ahora, cuando mi Porsche traza las primeras curvas de aquel puerto de la sierra, y pasa veloz junto al lugar de los hechos, mi espalda se queja, herida por la humedad de la nostalgia, y me pregunto si a ella le dolió siquiera un segundo después de quitarse el pañuelo que tapaba la única prueba de nuestro amor.

05 junio 2008

Grafiti

Es una obra de Sergio Hidalgo "Sixe"

No sabía que aquel culo era un corazón dibujado en su honor, y en vez de tratarlo con la delicadeza que el órgano cardíaco requiere, le pegó una firme palmada, con todo el disimulo de que era capaz, eso sí.

No fue suficiente, algo más debió delatarlo, o tal vez ella pensó que su rostro era mejor lienzo para pintar en cuatro brochazos las líneas encarnadas de su mano.

Los grandes artistas también pintan en efímeros paños.

28 mayo 2008

Dichos y refranes

Les Agulles de Santa Águeda

Tras algunos días sin ver el sol, hoy sale radiante, reluciente, y decido aprovecharlo con la desesperación de quien no sabe cuando volverá a lucir. No necesito preparar nada porque ya lo llevo todo en el maletero. Sólo escoger playa, extender la toalla, abrir un libro, y disponerme a pasar un par de horas de relajación.

No hay mucha gente, por lo que una de mis diversiones favoritas se esfuma nada más llegar. La otra, el sol, no tarda en desaparecer. Un largo paseo me permite mejorar la perspectiva del desastre: las pequeñas nubes que ensombrecen el ambiente están dejando paso con mucha rapidez a unos esponjosos nubarrones amenazadores.

La cosa pinta mal, y antes de que sea tarde, recojo los bártulos y busco un lugar acogedor donde tomar un café. El local es un bar familiar regentado por personas a las que he visto poblar de gris sus cabellos con los años, e imagino poseedores de una sabiduría mundana que sólo el paso del tiempo permite obtener.

Termino el café ojeando el periódico, y me despido de ellos con una frase metereológica, como procede cuando no se tiene demasiado que decir.

- ¿Lloverá?
- No, afirma el camarero rotundo.- Si les Agulles no están cubiertas, no llueve en Benicasim.

Me alejo del local y dirijo la mirada hacia la montaña. El cielo ha disuelto las arboladas nubes, tiñéndose de un plomo angustioso, sin un resquicio para la esperanza. Las puntiagudas cumbres quedan muy lejos de ese frío tejado gris. Mientras cruzo la calle las primeras gotas mojan mi despejada frente. Sonrío.

En la calle todavía quedan charcos de las pasadas lluvias. Han pasado ya 20 días. Menos mal que no llovió el día de San Marcos.

Una semana después sigue lloviendo sin tregua. Es un buen día para sacar la ropa de verano y guardar la de invierno, pienso, no sea que el 40 de Mayo se nos adelante este año. Mientras abro la primera caja compruebo que este año tampoco tengo un sayo para guardar y tentar así a la suerte.

21 mayo 2008

¿Qué me pongo?


Hoy va a ser mi noche, lo presiento. No tengo un plan especial, no he quedado con nadie, pero los presentimientos no obedecen a razones lógicas. Alguien va a aparecer en mi vida, lo sé, y dedico un poco de tiempo a imaginar cómo es, invento un prototipo que se ajuste a mis sueños. Tendrá un cuerpo perfecto, largo y oscuro su pelo liso, suave y delicada la espalda, de negro profundo los ojos, apenas perfiladas las cejas, largas las pestañas, finos los labios, bien esculpida la nariz, y una sonrisa luminosa y limpia.

Esta noche sacaré a pasear al seductor que vive escondido en mi yo profundo. Para ello deberé cuidar hasta el último detalle mi aspecto exterior. Cada prenda será cuidadosamente escogida para servir a mis objetivos, cada complemento será el adecuado al modelo que deseo representar. Nada será prescindible.

Abro el armario e intento componer el complejo puzzle de la perfección con las escasas piezas que tengo. Juanjo, llevas meses con lo mismo puesto, me digo. Ya es hora de dar un cambio brusco de imagen. Busco y rebusco por cajones, buhardillas, altillos. Empezaré la casa por el tejado. La cabeza, lo primero.

Las pongo todas en fila, las observo, me traen recuerdos agradables algunas, otras no tanto. Escojo una algo antigua, juvenil, con largo y abundante pelo. Hoy seré rubio. Pero debo de tener cuidado, no sea que me pase lo de la última vez. Escogí una cabeza pequeña y unos brazos demasiado largos. Ella, la escogida, se dio cuenta de la desproporción, y no quiso ni acercarse a mí. Debo tener en cuenta que todas están programadas para detectar cualquier defecto de fábrica, olvidando a veces que nosotros tenemos instalados otra versión de procesadores.

Ahora tengo que seleccionar el aspecto que deseo mostrar: ¿fortaleza viril, o sensibilidad imberbe? Llevo demasiado tiempo mostrando mi cara más dura, pienso. Escojo un pecho estrecho desprovisto de vello, las piernas y brazos finos, poco musculados.

Por último lo más difícil, el envoltorio exterior. Reconozco que unos vaqueros y una camisa negra de largas solapas me podrían caer bien, pero está demasiado visto. Tengo que ser algo más atrevido, romper con mi imagen más clásica. Pero, ¿cómo lo puedo hacer? Siempre he sido bastante discreto vistiendo.

Espera, en aquel viejo arcón, si no recuerdo mal, tengo un vestido dorado que utilizaba hace ya algunos soles, cuando todavía no estaba bien visto imitar el aspecto de los humanos. Iba a juego con una cabeza tipo C3PO, que quedó inservible tras mi primer cambio de sistema operativo. Tiene un toque retro que causará sensación.

Faltará un toque de perfume, pero no vale cualquier cosa, pues la chapa se oxida fácilmente: esencia de aceites naturales enriquecido con silicio y uranio. Irresistible.

Proyecto mi imagen sobre la pared, y me doy la aprobación con un guiño. Ya estoy listo. Pulso el botón y me teletransporto a la zona de clonación.

- Mierda, olvidé el paraguas, compruebo, mientras pequeñas gotas dejan su surco de herrumbre por mi dorado envoltorio.

16 mayo 2008

Retrato de mujer sobre fondo blanco

Imagen tomada de Poética Digital

Con los días más largos, apetecen los paseos por la playa, llegan los calores y descubro los primeros cuerpos sobre la arena. Veo dos, pero inconscientemente escojo uno, como si una tacañería innata me impidiera admirar dos bellezas a la vez.

Ella es el cuerpo ideal, la perfección de la novedad, la violenta excitación del primer beso. Yo la venero, cual diosa inaccesible, como holografía imposible de materializarse. El mundo alrededor se detiene, convertido en el fondo de un improvisado retrato. Ahora sólo existe ella, y no hay resto, su imagen fija que lucha por salir del encierro de mi retina.

Yo intento acercarme con la vista, sin moverme, para comprobar que existe vida en ese cuadro, y ella me llama, con sus ojos primero, y con sus manos, con su cuerpo, después. Se aproxima despacio, estudiando cada movimiento, procurando que me vaya empapando de toda su belleza, que vaya aprendiendo cada recodo de su anatomía, hasta que puedo notar su aliento. Ahora su boca me provoca, sus ojos me retan, sus manos se acercan. Rozo apenas sus labios, pero se aprietan, se abren, me invaden, los invado. Y después nuestros cuerpos luchan por descubrirse, por aprenderse, por saciar ese hambre repentino.


- Juanjo, ¿en qué piensas?

- No, en nada. No pensaba en nada.

11 mayo 2008

¿Qué pasó con...?

Imagen tomada de Matrix Linked

- Alfonso, ¿qué pasó con la Regulación Automática?

Un espeso silencio se hizo al otro lado de la línea de teléfono. Se podía oir su respiración entrecortada, lo imaginaba tenso, sudoroso, exhalando vapor por todos sus poros. Alfonso -permitidme que omita su apellido- era gerente de una gran empresa, tenía su bien merecido prestigio dentro del sector, y fama de hombre honrado e intachable. Sin embargo, ¿qué pasó con la Regulación Automática? El lo sabía bien. Nunca se presentó a ese examen y sin embargo apareció en la lista de aprobados. Nadie sabe cómo pudo deslizarse un error así. Alfonso soñaba frecuentemente que un día se descubría el pastel, y entonces su título no valía nada. El imperio que tanto le había costado construir se deshacía como un azucarillo en leche caliente. Era la peor de sus pesadillas.

Pero ahora la voz era real. Alguien había descubierto el secreto, y su mente calculaba rápidamente el precio que le costaría mantenerlo a buen recaudo.

- ¿Quién eres? - dijo, con voz seca; y sonó como un tenso pulso, como una oscura amenaza.

- Soy David. Pepe me dio tu número de teléfono el otro día en una cena de la Escuela. ¿Cómo está María? ¿Y los niños?

- Cabrón...

04 mayo 2008

Tres estados


El amaba lo sólido. Tanto, que le ocasionaba un asco terrible hasta romper la yema del un huevo, ver como todo ese líquido se desparramaba, corriendo en direcciones impredecibles. Su mente estaba concebida para el orden, acomodada en la creencia de rígidas leyes universales, donde cada suceso era esperable.

Ella, en cambio, era feliz entre las aguas. El estado líquido le fascinaba. Observar el curso de un río, con sus extrañas corrientes y remolinos, la fuerza de las olas contra el acantilado, o incluso las manchas arborescentes dejadas por la tinta derramada en un trozo de tela, eran un pasatiempo casi litúrgico. Sus cualidades artísticas y costumbres anárquicas encajaban bien con el aparente comportamiento caótico del líquido elemento.

Nadie sabe muy bien cómo se conocieron, qué les atrajo al uno del otro, y por qué llegaron a amarse, pues parecían dos mundos dispuestos a destruir el uno al otro.

- Entonces, ¿fueron felices y comieron perdices?

- Lo fueron, pero sólo hasta que el sólido decidió convertirse en gas.

- Sublimación se llama a eso.

- Más bien flatulencias, diría yo.

28 abril 2008

La última copa

Es una foto de Chema Madoz

Nunca acepto una última copa, pero ese día hice una excepción.

Los siempres y los nuncas están para no cumplirlos, y ella sabía cómo cambiar un no por un sí.

- Una copa más. Bebe conmigo.- susurraba.

El rojo de sus labios se confundía con el cereza del vino.

- Venga. Sólo una copita más. Lo estás deseando.- miraba con deseo.

Sus pupilas se convertían en fascinantes caleidoscopios.


- La última y nos vamos. Lo prometo.- decía equívoca.

Su blanco cuello se descubría de los dorados rizos.
Anulada mi voluntad por sus encantos incumplí mi promesa: bebí de la copa.

Sus labios se confundieron con su pelo, con su cuello, con el vino.

Todo se mezcló en un torbellino gris difuso, mareante, turbio.

Mi torpe lengua apenas consiguió balbucear su nombre:

- Lucrecia...

En efecto, fue mi última copa.

23 abril 2008

El dragón


Mejor el dragón que mamá. Queda mal decirlo, pero así lo siento.

El dragón tiene paciencia, nunca alza la voz, y no se enfada si no me lo como todo.

Por desgracia, como todo el servicio, tiene su día de descanso, y entonces mamá se ocupa de mí. Dice que no encuentra nadie de confianza con quien dejarme.

Por lo visto, el servicio está muy mal últimamente.

17 abril 2008

Réplica

Imagen tomada de La torre de marfil
Aquel niño era yo. Y el otro, y el de más allá.

Me encontraba en una sala repleta de seres idénticos a mí que realizaban mis mismos gestos con una sincronización perfecta.

Esta suerte de armonía absurda se vio rota por un gigantesco gancho, que me apartó para siempre de la dantesca visión de tantos seres aterrorizados.

Terapéuticamente anestesiado de este recuerdo, durante mucho tiempo viví con la creencia de ser único.

Hasta que ayer te encontré de cara, como mi imagen en un espejo, y ahora te veo frente a mí, escribiendo.

10 abril 2008

El alacrán

Cleo la levantó y allí la esperaba el alacrán.

Tenía ese apodo porque las mataba callando. Cuando más confiada estabas, pensando que ya nadie te iba a descubrir, venía él y te clavaba su aguijón, en forma de punta de navaja.

Ella nunca había sisado hasta entonces, pero su niño no tenía qué comer y no pudo evitar la tentación.

Ahora su piel de porcelana temía la violación del frío acero, la marca perpétua. Pero el chulo no hizo eso. Para sorpresa de todos la puso de espaldas y le arrancó la falda.

Al alacrán le gustaban rubias.

06 abril 2008

Altos vuelos


- Aladino, ¡qué fea es esta alfombra! Podrías cepillarla de vez en cuando, y quitar esas manchas. Además, es muy incómoda, y ya me canso de tanto cojín. Aquí vendría muy bien un sofá, una mesita y unos sillones, por si vienen invitados; una neverita con refrescos, una tele de plasma y el plus, o como se llame ahora. ¡Ah!, y unas cortinas, que nos ve todo el mundo cuando volamos.

-Sí, querida, ¿algo más? ¿bañera con hidromasaje? ¿jacuzzi? ¿gimnasio?

- Hombre... pues pensándolo bien...

- Sabes que te digo. Que para ir a Agrabah, a ver a tu padres una vez al mes, casi que mejor nos compramos una caravana, que las tasas de vuelo cada día están más caras.

12 marzo 2008

Modelo de solicitud

Imagen tomada de De la luz a la oscuridad

New York, 12 de Marzo de 2.008

Querida Madame:

Me dirijo a V.M. con objeto de solicitar los servicios del local que con conocida eficacia regenta. Probablemente le extrañe que realice mi petición por este medio y con esta desacostumbrada formalidad, que sólo se debe a las exigencias del cargo que ostento, y al respeto que nuestros conciudadanos y votantes merecen.

Solicito, por tanto, de V.M. que atienda mis necesidades menos confesables con la profesionalidad que le caracteriza. Para ello, permítame sugerirle que escoja, dentro de su excelente plantilla, a una mujer joven, de estatura alta, bien proporcionada, a ser posible morena, con ojos oscuros, labios carnosos, mirada fogosa, pechos turgentes, piel bronceada, piernas bien torneadas, uñas lacadas en negro, ausencia de vello púbico, algún lunar bien ubicado -V.M. ya me entiende- y trasero duro y terso.

La quisiera buena conocedora de su oficio, provista de suficiente vestimenta para desempeñar diversos papeles, si la ocasión lo requiere, capaz de conseguir los placeres más sublimes y excitantes con manos, boca y sexo, dominando tanto las técnicas como los tiempos, de forma que su trabajo alcance una calidad óptima durante toda la noche que precisaré de sus servicios.

Espero que mi petición será debidamente estudiada y atendida por V.M., a quien Dios guarde por muchos años.

Sin otro particular, aprovecho la ocasión para saludarle atentamente.



Eliot Spizer
Gobernador de New York





Al hilo de la noticia aparecida hoy en algún diario gratuito: "El gobernador de Nueva York, sorprendido solicitando los servicios de una prostituta". ¿Los solicitaría así, o simplemente lo han pillado de putas?

06 marzo 2008

Su primer día


Sandra sale de la tienda pisando fuerte con sus zapatos de tacón de aguja. Hoy es su primer día.

Se detiene sólo un segundo para devorar con la mirada a la chica morena que está pagando en el mostrador, y continua con paso firme, contorneándose hasta el lugar donde está aparcada su moto.

Recuerda, con una sonrisa, la conversación con su jefe, su atrevimiento después de dos años de trabajo, la inevitable confesión y la temida reacción, al final seca, fría, profesional, pero inocua.

- Verá, Martínez. En estos tiempos no me sorprende que se sienta usted mujer, como me ha dicho. La vida privada de cada uno es cosa suya, ya me entiende... pero yo contraté un hombre, y mientras trabaje aquí se comportará como un hombre. Cuando termine su horario laboral, puede usted hacer lo que quiera.

Sandra arranca la moto, se suelta la melena, guiña un ojo a la chica, que ahora sale de la tienda, y da gas a tope haciendo saltar el caballete. Ha quedado con Ana en un bar de ambiente. Es su primera noche.

24 febrero 2008

No son horas

Tomada de Todos queremos ir a Londres
Empieza a ser tarde, la noche se agota. La orquesta apura las últimas canciones: Leño, Héroes, Kortatu. Una chica se acerca:

-¿Tienes un cigarro?

Acerco mi muñeca.

- Las cuatro y cuarto.

- Tabaco. Que si tienes un cigarro.

- No, no fumamos. Bueno, sí. Fumamos, pero no son horas.

Gesto de turbación y sorpresa.


P.D. Siempre son horas de verte

18 febrero 2008

Liberación

Imagen tomada de http://www.xiskya.net/
Algunos viejos no dejan que les hagan fotos, porque piensan que su alma quedará atrapada dentro de ese trozo de papel satinado de 10x15 cm.

Yo soy uno de ellos. Alguien me sorprendió un día, y consiguió captar toda mi esencia; y aquí me he quedado desde entonces, eternamente joven, con semblante serio, mirada inquieta, y calva incipiente.

Te miro y me observas. Me has visto muchas veces, con ojos inundados de lágrimas algunas, o llenos de rencor otras. Hoy están vacíos, indiferentes.

No te preocupes, sé lo que vas a hacer. El fuego salvaje se refleja en tus frías pupilas. Ahora, por fin, sé que he muerto para ti.

Gracias por liberarme.

14 febrero 2008

El día de su santo


Valentín Abarcas y José Luis Cupido quedan todos los viernes, sin faltar uno, para tomar unas cervezas en las tascas. Llegan temprano, antes de que los bares se atiborren de gente, y se sientan siempre en la misma mesa.

Ernesto, el dueño del local les atiende personalmente porque ya son muchos años, y tras saludarles les pregunta "¿Qué va a ser?" siempre muy profesional, a pesar de que sabe de sobra lo que va a ser. Porque Valentín y Cupido, aparte de amigos, son hombres de principios; o quizá sean ángeles de principios, pero ellos no lo saben. Piden sus cervezas, se reclinan en las sillas, echan una ojeada al personal del local, y se sueltan un "¿Cómo va todo?" para comprobar que no hay ninguna novedad destacable, y las que hayan irán saliendo durante la charla.

Siguen ese ritual desde años o siglos, quién sabe, con ligeras variaciones, y después la conversación les lleva por otros derroteros; pero los dos piensan que los comienzos son importantes, y no hay ninguna necesidad de cambiar estos rituales sencillos de probada eficacia.

Hoy, sin embargo, aunque no es viernes, han quedado, pues ambos comparten fecha de onomástica. Para esta cita no valen costumbres ni gaitas, y va a salir como salga, que es como salen las grandes cosas.

Las cervezas duran hoy menos en sus vasos. Están extenuados por el exceso de trabajo de la jornada, y los nervios les hacen apurar las copas antes.

Valentín es soltero confesional, y Cupido un hombre felizmente casado. Los dos entienden el amor a su manera, y mantienen discusiones sobre el tema, sin dar nunca uno la razón al otro. El calor del alcohol aviva las llamas de la disputa, y, de pronto olvidan que en la tasca tendrían mucho trabajo si no estuvieran descansando. Mientras uno defiende su amor libertino, sin prejuicios ni compromisos, el otro apuesta por la vida tibia y placentera del hogar y los niños, recriminándole su forma de actuar.

Valentín sonríe y se queda mirando el culo de una rubia que le da la espalda.

- Mira, por una vez te voy a hacer caso, pesao. Ahora, pronto, apunta una de esas flechitas que tienes hacia aquella rubia de los vaqueros desgarrados.

Cupido, que no se lo puede creer, apunta, dispara con precipitación, y marra el lanzamiento. Repite el proceso un par de veces con idéntico resultado. Al final, Valentín le coge el brazo, lo detiene, y se levantan, tras comprobar que la última flecha ha pasado rozando un barbudo de metro noventa, ancho como un armario.

- Vamos, creo que ya hemos bebido bastante. Por cierto, ¿qué le has comprado a tu mujer?

Y a Cupido, de repente, se le va todo el color de la cara.

Moraleja: Creo que hoy El Corte Inglés cierra más tarde.