Todos le esperaban.
Alejandro era un hombre que se hacía de rogar, y yo siempre me he preguntado por qué a los demás no les importaba esperarle el tiempo que hiciera falta, mientras que a otros se nos recriminaba cada minuto de tardanza.
Nunca he llegado a comprender de qué carne están hechos los héroes y qué RH circula por las venas de los líderes, pero no fue esa curiosidad la que me incitó a matarlo. Tú lo llamarás celos o envidia, lo sé, pero se trata de un sentimiento más complejo.
A su entierro acudió una multitud de gente desolada, amigos derrotados, admiradoras deshechas. Hasta a mí se me escaparon un buen puñado de lágrimas.
Sí. Pensándolo bien, posiblemente yo también lo amaba.
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