22 diciembre 2011

Un beso es sólo un beso



Su despedida ha sido igual que las de siempre. El rostro inexpresivo, atrapado en ese maquillaje perfecto. Los labios, apenas rozando los míos, huyendo de ese beso que últimamente siempre me sabe igual. Y sin embargo.

En la radio sonaba Wonderful Tonight, ha debido ser eso. La canción y la fina capa de crema en la cara, los labios enmarcados dentro de la línea roja trazada con maestría. En otros tiempos, solía pinchar esa canción en el tocadiscos. Ajustaba la aguja un poco antes de que empezara y corría a apoyarme en la jamba de la puerta del baño. Ella me miraba desde el interior del espejo, de reojo. Me interrogaba mientras delineaba el contorno de los ojos, se tapaba las ojeras o echaba unas gotas de 212 en el escote. Yo admiraba su trabajo y su cuerpo. Observaba como, poco a poco, su aspecto iba alcanzando la perfección.

Sin embargo, ella dudaba. Siempre lo hacía. Tenía que confirmar lo evidente. Y terminaba preguntando lo que Clapton respondía por mí. Entonces, yo sonreía y le traducía el estribillo: “Estás maravillosa esta noche”. Me acercaba a su cuello y dejaba allí mis labios, recreándome en el perfume que subía lentamente.

Por aquel entonces, no dejaba que la besara justo después de maquillarse. Espera, no seas impaciente, me decía. Y después me pagaba con creces esa espera. Ahora, sólo me permite esos piquitos que saben siempre a poco carmín. Que sabrían siempre igual si no hubiera música en la radio o no notara yo a veces ese olor de siempre.

Aún así, se toma la molestia de sacar del bolso el pintalabios y reponer lo que se quedó en mi boca. Su aspecto sigue alcanzando la perfección, como el primer día, pero ya no me pide opinión. No pregunta, pero se vuelve antes de cerrar la puerta.

Cariño, estás maravillosa esta noche, le digo bajito, no sea que una sonrisa desentierre algunas arrugas debajo de la crema.

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Esta entrada está inspirado en un comentario que dejé en el blog de Aldabra, a raíz del siginificado de los besos. Y la canción venía en una de las últimas entradas de Flower y es cierto que hacía muchos años que no la escuchaba.

Con este texto me despido de vosotros por este año. Empezó con besos y es justo que termine con ellos. Uno muy grande para los que habéis tenido la paciencia de seguirme este 2011, y ¡Feliz Navidad!

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04 diciembre 2011

Largo trayecto con luz decreciente


Entrar en un hospital siempre me produce una sensación de angustia difícil de evitar, incluso cuando yo no soy el paciente. Este edificio, viejo y reformado varias veces, agrava mi malestar, pues me recuerda cuando era una unidad de tuberculosos y tenía que rendir visita a algún pariente desahuciado. Sus paredes tienen el color de aquellos pulmones desgastados.

Las consultas externas de Demencias se encuentran en un primer sótano, al final de un pasillo interminable carente de ventanas. Mi madre hace todo el recorrido en silencio, como sabiendo que ese paseo es el resumen del resto de su vida: un trayecto largo con luz decreciente.

La enfermera nos mira por encima de las gafas, mientras hojea la lista de pacientes. Pronuncia mi nombre, mirándome sin apenas pestañear. Debe ser un error, le digo. Yo sólo he venido a acompañar a mi madre. Ella asiente con una sonrisa cómplice que me tranquiliza.

Durante la espera, llegan más enfermos. Todos vienen con acompañante, por parejas. Se quedan con la mirada ausente mucho tiempo mientras su compañía se entretiene con una revista o manejando el teléfono móvil. A mí me gusta observar esos extraños dibujos que crea la suciedad de las paredes.

Cuando se abre la puerta, la doctora nos recibe muy amable. Nos hace sentar y espera a que estemos bien acomodados. Mi madre permanece muy seria mientras esa señora me hace las típicas preguntas de cortesía: ¿Qué día es hoy? ¿En qué año estamos? ¿Cuántos hijos tienes? y frunce el ceño si mi respuesta no le gusta.

La pared de la consulta no está tan sucia, cuelgan de ella unos títulos muy bonitos y una orla. La doctora extiende las recetas sobre la mesa y otro papel, que debe ser para la próxima visita. Le explica a mi madre la dosis de cada medicina y ella lo guarda todo en su bolso.

Después me lleva a una casa, que debe ser la residencia donde está ella interna, y me hace la comida. Está llena de muebles cómodos, algo desgastados por el uso. Mientras espero con la tele puesta, me da una pastilla. Me quedo mirando las paredes, todas pintadas en color crema, cubiertas de cuadros pintados al óleo. Todos llevan mi nombre.

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