Me encontré con Bugs en el bar de la urbanización, un jueves por la tarde. Estaba sentado en una mesa alejada de la luz y mantenía cierta distancia con una cerveza caliente que posiblemente ya nunca terminaría.
Permanecí un rato observándolo, esperando que no me viera. Mantenía todavía ese gesto altivo, tan suyo, de perdonavidas algo pasota y, además, las arrugas le daban aspecto de jugador de póker con una escalera de color en la manga. La derrota no parecía tener asiento en el patio de butacas de su ánimo, aunque daba la sensación de estar algo cansado.
- ¿Qué hay de nuevo, viejo?- preguntó de golpe, cuando yo ya estaba convencido de haber salido airoso de mi silencioso espionaje.
El conejo siempre había sido de buena conversación. Por lo retirado de su mesa, yo pensaba que esa tarde no tenía demasiadas ganas de hablar, pero no tardó demasiado en explicarme sus razones.
- Es por Elmer, ¿sabes? Sigue con su manía persecutoria. Entra, me busca, apunta y dispara. Yo ya no necesito utilizar mi ingenio para librarme de él. En su casa le quitan los cartuchos antes de salir de cacería, desde que confundió al predicador con un alce. Pero insiste en disparar. Cuando veo la decepción en su cara al fallar de nuevo el tiro, siento cierto malestar; pero lo peor es cuando arroja la escopeta y se sienta a la mesa. No se levanta antes de vomitar todas sus penas -las que recuerda- o terminar la botella de bourbon. Lo que ocurra antes. Avísame, por favor, si lo ves entrar.
Bugs me cuenta que nunca se casó. Muchas conejas pasaron por su vida, y aunque no presuma de ello, todos saben que su madriguera está caliente la mayoría de las noches. A pesar de que se nota el paso de los años, su aspecto es cuidado, mantiene bien erguidas las orejas y muy tiesos los bigotes, provocando algunas miradas de reojo y un runrún de cuchicheos cuando se levanta de la mesa.
De repente, todas las voces callan. Sólo se escucha el ruido de la tele y los pesados pasos de las botas de cazador. Es el único momento en que veo a Bugs palidecer, agachar las orejas y buscar un agujero en el suelo por donde perderse.
Cuando los pasos se detienen, Elmer se sitúa enfrente de él, sonríe, se ajusta la gorra y apunta con su escopeta de dos cañones.
- Esta vez no te libras, lindo gatito.
-.-
Por si no lo sabéis, hoy, 23 de Enero, es el Día del Conejo y ésta es mi forma de celebrarlo.