17 marzo 2014

Otro plan



La ilustración es de Luisa Olguín. Colaborando con La Cofradía del cuento corto.

A mamá le gusta cambiar de planes. Al principio, cuando estaba yo solito con ella, traía hombres a casa a los que tenía que llamar papá. Vivían una temporada con nosotros hasta que se iban, seguramente para dejar sitio a un nuevo hermanito. Ella cuidaba mucho al bebé hasta que podía andar, y al poco aparecía otro papá.


Llegó un día en que éramos muchos en la casa y había poco para comer. Todos los hermanos, uno por uno, le dijimos:


- Tengo hambre, mamá.


Y mamá cambió de planes. A partir de entonces, vinieron muchos más hombres. Uno cada noche, al menos. Pero no teníamos que llamarlos papá. Durante una temporada tuvimos de todo, hasta televisor, pero un día ella apareció con los ojos morados y ya no volvieron aquellos individuos. No tardó en irse la tele y volvió a faltar la comida.


De la noche a la mañana, la casa se llenó de símbolos extraños y apareció el gato negro Lucifer. Venía mucha gente a jugar a cartas con mamá y a beber bebidas de colores raros. Compramos una tele mucho más grande que la de antes. Hasta que unos encapuchados quisieron quemar la casa con nosotros dentro.


Mamá se enfadó y tiró todas aquellas cosas. Hasta se deshizo de la baraja. Sólo quedó el pequeño Lucifer, que iba y venía como uno más. Un día vimos que el gato se comía el último trozo de pan que quedaba en la cesta y a todos nos entró muchísima hambre. Corrimos a protestar a mamá y ella se quedó mirando al felino y a la olla.


- No os preocupéis- dijo. -Mamá tiene otro plan.

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10 marzo 2014

Cuestión de sabores





La imagen es de Óscar Delmar.
El texto responde al reto planteado por el “Viernes Creativo” del blog Escribe fino


Sólo a ti se te ocurriría ponerme a prueba de esa forma. Te quejas de que no me fijo, de que no presto la atención debida en lo que hago. Apuntas en mi lista de defectos la desgana y el despiste, y a mí me gustaría demostrarte tu error de otra forma que la que propones. Con un examen tipo test, por ejemplo.


Pero no, te empeñas, y a ti a terca no te gana nadie. Propones que bese cuatro bocas a ciegas y que adivine cuál es la tuya. Me tapas los ojos y oigo como cambiáis de posición varias veces. Es del todo inútil. Conozco al dedillo el sabor de tu saliva, los recovecos de tus dientes, tus reacciones cuando acaricio el dorso de tu lengua con la punta de la mía.


El problema no es ése, querida. El miedo que tengo es precisamente a mi curiosidad oculta, de la que dices que adolezco, la que me pueda llevar a encontrar en las tres restantes el sabor que nunca encontré en la tuya.

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03 marzo 2014

Amar la tierra






La ilustración es de Luisa Olguín. Colaborando con La Cofradía del cuento corto.


A la abuela le cuesta levantarse.


-¡Ay, hijo!- me dice a veces. Yo, entonces, ya sé que tengo que ayudarle a incorporarse, cogerle el cesto y terminar de llenarlo con los últimos racimos.

A veces se queda así, en cuclillas y no dice nada. Abre mucho los ojos y agita la mano para que calle.

- Escucha hijo- me dice -ya sopla el cierzo. Viene el invierno. Pronto, no va a tardar mucho, no.


Cuando termina de escuchar, sin siquiera incorporarse, coge los alicates y empieza a cortar racimos con una velocidad que yo no puedo alcanzar.


- Aprende a escuchar a la naturaleza- insiste de vuelta a casa. -La luna está roja, ¿no la ves? Mañana, lluvia. Menos mal que hoy hemos aprovechado el tiempo y tenemos cogida más de media cosecha.


La abuela vuelve con el paso cansado y la espalda encorvada, pero con una sonrisa en los labios. Parece menos agotada ahora que cuando me pedía ayuda, entre hileras. De vez en cuando, levanta la cabeza y husmea el aire, como un perrillo.


- ¡Ya huele a tierra mojada! Corre.

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