24 noviembre 2014

Ochocientos y algo

Relato inspirado en una frase de REC. No recuerdo si lo envié.

Hoy parece que ella tiene la voz todavía más dulce que ayer y eso le convence más de que lo ama. Sigue pegado al teléfono, escuchando lo que le dice y calla. Se ha dado cuenta de que ella ya no utiliza el vocabulario provocador con el que empezó ayer y ahora dedica más tiempo a alabar todas sus virtudes. Parece mentira que le conozca tan bien, a pesar de haber cruzado solo unas pocas palabras. Debe ser una chica lista, Samanta. Y guapa. Sonríe, mientras piensa que le va a ser difícil no llamarle todos los días a ese extraño número de teléfono.

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17 noviembre 2014

El sueño de Gracia


La imagen es de Julia Fullerton-Batten. Este relato lo escribí para los viernes creativos de Escribe fino.

La musa ya no tiene quien le pinte. Ha escapado de un cuadro de Rubens y se anuncia en las últimas páginas de un periódico gratuito. Espera sentada en el diván a que suene el teléfono. Los días pasan despacio y la seguridad con la que contaba al principio se va desmoronando. Comienza a pensar que es fea, que está gorda, que su belleza ya no cuadra con los cánones actuales.

A la musa que nadie pinta le ha dado por escuchar música mientras espera, para llenar todos esos espacios llenos de angustia, de timbres de teléfonos sonando en su imaginación, reverberando, sin que ella sea capaz nunca de llegar a tiempo para descolgarlos. Empieza tocando el piano, una sonata de Bach, cuya partitura reposa sobre un atril; pero pronto se cansa de que suene la misma melodía dentro de su cabeza. Entonces decide utilizar el magnetófono y descubre canciones que no sabía que existían. Por un tiempo, la obsesión de la llamada se disuelve en la fascinación que le producen los nuevos sonidos. Ya no oye el timbre ni las teclas del piano, nada retumba. Solo piensa en escuchar una y otra vez la nueva música. Apretar la tecla del play, esperar a que termine la cinta y darle la vuelta. Rebobinar los temas que más le gustan.

De tanto escucharlos, sus casetes preferidos se han enganchado. Trata en vano de repararlos, esparciendo metros de música sobre el suelo de mármol, mientras que los otros, los menos valiosos, permanecen mudos. Las voces imaginarias vuelven. Se mezclan unas con otras. Suena el timbre junto a Bach, Leonard Cohen se confunde con AC&DC, Golpes Bajos con Queen, U2 con El Fary. Rosendo Mercado canta con Janis Joplin “La Fina”.

Tirada sobre el suelo, atrapada por sus propias cintas magnéticas, Gracia, la musa prófuga del cuadro, no se da cuenta de que su sueño se ha cumplido. Frente a ella se encuentra una chica joven, que la mira a través de un extraño objeto.

Entonces, suena un click y algo le deslumbra.

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10 noviembre 2014

La entre vista


Entre vista.jpg
Otro relato, y van unos cuantos, de los viernes creativos de Escribe fino.

A través del hueco que deja la cortina, siento que sus miradas se posan sobre mí. Ha sido un acierto disponer la sala de entrevistas de esta forma. Así, no solo percibo que me miran, también puedo escuchar sus conversaciones con claridad.

Ahora comentan lo bonitas que son mis piernas y que, si el resto acompaña, poco va a importar lo que diga mi currículum.

Antes de entrar, voy a darles un poco más de cuerda. Que quieren ver más, pues, con un pequeño movimiento, mi falda subirá unos pocos centímetros y mi escote asomará un poco por la rendija. Quiero comprobar hasta dónde son capaces de llegar sus lenguas desatadas.
No. No voy a descruzar y cruzar las piernas a lo Sharon Stone. Mejor que no se queden con una imagen tan frívola de su nueva directora general.

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03 noviembre 2014

La última mentira piadosa




Este texto lo escribí para los viernes creativos de Escribe fino.

Todo empezó en otoño y todo ha terminado en otoño. La misma casa sin muebles. Sus cuatro paredes. Las palabras, que antes se atropellaban por ellas y ahora ya no se encuentran. Nuestro calor, que escapaba hacia todos los rincones y ahora se esconde dentro de cada uno, como si ya no le apeteciera cumplir las leyes de la termodinámica.


Tampoco mostramos interés en las lágrimas del otro. Las mías fluyen, mientras observo mi cuerpo sucio y gastado. Las tuyas no saldrán ahora. Esperarán a que el sol evapore el rocío y abandones esta casa, contando los pasos, como un autómata programado con desidia. Te irás entonces, sin disculparte, sin preguntarte por qué, y yo me quedaré aquí, pegada al cristal, imaginando esas disculpas, esperando tus respuestas, hasta que note el surco de sal sobre mis mejillas.

Ha venido el invierno un rato y se va. Esta es la última mentira piadosa que me queda.

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